Los viajes de Tomás Gage en la Nueva España. Tomás Gage (II).
Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez
-III- La ciudad de Santiago de Guatemala
De acuerdo con su relato, Gage hace su ingreso en la ciudad desde el barrio de San Sebastián, por el norte, dando un largo rodeo en torno de la ciudad. Según apunta en su libro, esta era la ruta de entrada a la ciudad del camino real que venía desde México, pasando por Soconusco y Suchitepéquez, «que es un camino ancho, abierto y arenoso». Le extraña no encontrarse con murallas ni fuertes ni guarniciones militares que protejan a la capital del reino, hasta que descubre el magnífico convento de Santo Domingo, donde viviría a partir de su llegada. Una vez instalado allí, lo recibe fray Jacinto Cabañas, lector principal de teología en la Universidad de San Carlos en ese momento. Más adelante, en su relato al respecto nos regala unas descripciones realmente deliciosas del convento y su iglesia, que, para no privar al lector de su goce en el momento de tomar el libro en sus manos, solo dejamos señaladas.
Tomás Gage asume la cátedra de filosofía en la Universidad de San Carlos, actividad a la que dedicó los siguientes tres años, desarrollando, según él, el arte de la retórica, lo que llevó a que el obispo le otorgara una dispensa especial para que ejerciera el ministerio sacerdotal en alguna de las iglesias del reino. El recuento de la vida del inglés en Guatemala está lleno de interesantes anécdotas que nos acercan en cierta forma a la vida diaria de los religiosos en esa época, resultándonos así su libro una lectura amena y llena de detalles interesantes para cualquier interesado por la vida colonial.
Obtenida la licencia y tras un proceso de exámenes que describe en su libro, el 4 de diciembre de 1629 el padre Gage es autorizado para ejercer el ministerio sacerdotal, «con comisión del arzobispo y provincial para enseñar filosofía y predicar en toda la diócesis». Tras la dispensa, ejerció la cátedra de teología durante tres meses, pero luego la abandonó para dedicarse exclusivamente al sacerdocio. En total, Gage pasó en Guatemala siete años durante los cuales realizó diversas excursiones, que lo llevaron a conocer una buena parte de la provincia de Guatemala, del Reino de Guatemala. Por fortuna para nosotros, el autor es un hombre avispado y alerta, además de tener una gran facilidad para describir, lo que convierte su libro en una joya para recrear la situación del reino en el siglo XVII.
Llaman la atención del inglés no solo la geografía, sino también los aspectos más corrientes de la vida en el reino, como, por ejemplo, el tema de la delincuencia común, sobre la que relata en un punto: «Cuando yo estuve allí hubo más procesos criminales que nunca, por muerte, robos y cohechos, y no obstante ninguno de los criminales fue ahorcado, ni desterrado, ni preso o multado, pues cada uno salía del lance por medio de regalos, de suerte que en ocho años no oí decir que se hubiera ejecutado uno solo en esta ciudad…», lo que parece una descripción adecuada de un sistema judicial caduco y complicado, en el que la administración de justicia pareciera no ser el interés primordial de los magistrados, sino su pronto enriquecimiento.
Su posición privilegiada no se escapa de la inteligencia de Gage: pertenece a una orden religiosa que ejerce mucho poder en el reino y que acumula riquezas. De ahí que comente:
Los conventos de los dominicos, de los franciscanos y de los frailes de la Merced son magníficos, y contienen cien religiosos cada uno. El más suntuoso de todos es el de los dominicos, donde yo viví, el cual se une con la universidad de la ciudad por medio de una gran calzada que está frente a la iglesia.
La renta de este convento consiste en ciertos pueblos de indios que les pertenecen, un molino de agua, una hacienda de trigo, otra en que se crían caballos y mulas, un ingenio o molino de azúcar, y una mina de plata que se les dio el año de 1633, cuya renta líquida al año asciende por lo menos a treinta mil ducados; lo que hace que estos religiosos tengan no solamente con qué regalarse bien, sino por economizar, para construir y adornar magníficamente su iglesia y sus altares…
Cuando aborda el tema de los conventos de monjas, resalta la riqueza del convento de la Concepción, en el que había para el momento de su visita al menos mil personas viviendo en él, entre religiosas y sus criadas, esclavas y niñas internas que recibían educación de las monjas, «a quienes no sólo enseñaban a leer y escribir sino otras varias obras y trabajos de manos». De ese relato resalta por su interés, aunque muchos posteriormente han tratado de desvirtuarlo, el que aborda sobre la monja más famosa de la época colonial en Guatemala, la poetisa sor Juana de Maldonado, figura por demás interesante a la que la también poetisa y académica Luz Méndez de la Vega le dedicó un interesante estudio. En este relato reluce la mala fe de Gage en contra de la Iglesia1, pues deja entrever una relación poco virtuosa entre la monja y el obispo, relación que derivaba de las virtudes físicas e intelectuales de la mencionada religiosa, a la que describe:
Esta Juana de Maldonado de Paz no era solamente la admiración del convento sino también de la ciudad, tanto por la belleza de su voz y el perfecto conocimiento que tenía de la música, como por la buena educación que había recibido, en la que excedía a todas las jóvenes del convento y la ciudad; porque no solamente estaba dotada de un gran talento y hablaba muy bien; sino que podía decirse era verdaderamente una de las nueve musas, y una Calíope para improvisar versos y con tales agudezas, que el obispo mismo confesaba que esta era una de las cosas que le habían hecho encontrar más placer en su conversación…
Un buen número de páginas le dedica Gage a la riqueza de la monja Juana, a punto de llegarnos a parecer maliciosa exageración, pero habrá que esperar a leer a doña Luz para poder descartar esta información que nos deja el viajero, como una lujosa casa propia dentro de los muros del convento y la corte de seis esclavas negras que conformaban su servicio. Respecto a la población de esclavas negras en la ciudad, y para mejorar la comprensión de la composición demográfica del reino, conviene citar a Gage, que con su mirada aguda no se le escapan ciertos detalles que aun a ciertos historiadores les siguen pareciendo ajenos. Sobre las negras, escribe el viajero: «La abundancia y riquezas han hecho a los habitantes tan orgullosos y viciosos […]. Las mulatas, las negras, las mestizas, las indias y las demás mujeres y jóvenes de baja condición, son muy buscadas por los ricos. Están vestidas con tanto aseo como las de México y no son menos lúbricas que ellas…»; es decir que la población negra tenía una interacción directa con los ricos de la capital, que las habrían tomado como amantes, lo que habría llevado eventualmente a la mezcla de la población negra con el resto, haciéndose imposible su rastreo racial.
Muchos han acusado a Gage de ser un espía que dejó el recuento de su viaje como una manera de incentivar a Inglaterra para que le arrancara ese trozo del Imperio a la Corona española. De ahí que su prosa sea optimista y alcance alturas de franca exageración cuando habla de la riqueza de Guatemala y que ponga en evidencia, de tramo en tramo de lectura, las debilidades defensivas y la ausencia de compromiso de los habitantes con sus monarcas europeos. El capítulo II, de la segunda parte del libro, es en realidad un informe diplomático detallado de todo el Reino de Guatemala, una descripción geográfica, económica y demográfica en la que desgrana las diversas regiones del país.
-IV- De su residencia en el Valle de la Ermita
Otro de los valores especiales del relato de Gage es la circunstancia que vivió en el Valle de la Ermita, casi un siglo y medio antes de que se trasladara allí la capital del reino, luego de los terremotos de Santa Marta en 1773. El capítulo III de su libro abarca ese periodo de su estancia en Guatemala y resulta ser un verdadero goce leer sus aventuras en este paraje, cuando era un sitio rural ocupado mayormente por granjas y bosques. El valle le causó a él mismo una buena impresión, pues en su descripción casi podemos detectar el deleite del paisaje:
A tres o cuatro leguas de Agua Caliente hay un río llamado de las Vacas. En sus márgenes existen varios habitantes pobres la mayor parte mestizos y mulatos y viven en casas cubiertas de paja donde crían algún ganado; la mayor parte de su tiempo lo emplean en buscar arena que contenga oro, imaginándose que ellos y sus hijos serían ricos algún día […]. Desde este río se descubre al instante el más hermoso vallado de este país donde yo he vivido cinco años a lo menos; se llama valle de Mixco y de Pinola que está a seis leguas de Guatemala, y tiene cerca de cinco leguas de largo y tres o cuatro de ancho. Este valle está lleno de haciendas, y su territorio dividido en muchas haciendas, donde se logra mejor grano que en ninguno de los terrenos de México. El abastece de trigo la ciudad de Guatemala donde se fabrica toda la galleta o bizcocho necesario para los buques que vienen todos los años al golfo. Se le llama el valle de Mixco y de Pinola a causa de los dos pueblos de indios que se llaman así, y están situados el uno frente al otro en cada lado del valle, Pinola a la derecha del río de las Vacas, y Mixco a la izquierda…
Desde un plano estrictamente personal, este capítulo es el más hermoso del libro que, ya como tal, es un libro de viajes extraordinario. La descripción de la vida en el valle, antes de albergar a la capital, es realmente delicioso, además de los datos que aporta para comprender cómo funcionaba el Reino de Guatemala y su sistema de valles para el abasto de la ciudad no tiene desperdicio. Gracias a Gage sabemos que «hay en todo este valle como treinta o cuarenta haciendas o casas de los españoles, que dependen de esta ermita, en las que pueden haber trescientos esclavos hombres y mujeres, que son negros y mulatos». Entonces Mixco era una villa de indios que se aferraba a la ladera de un cerro, a los pies del cerro Alux, hogar de lo que Gage calcula eran trescientas familias, la mayoría dedicada al comercio, teniendo una importante participación en la consolidación de recuas de mulas para el comercio con el golfo; es decir, con el traslado de bienes hasta el puerto lacustre de Izabal, puerta de salida del comercio del Reino de Guatemala en aquel remoto entonces.
Pinula, en el otro extremo del valle, era una población más pequeña, compuesta también exclusivamente por indios, y cuya economía se dedicaba exclusivamente a la agricultura, pero con estrecha relación comercial con otros dos pueblos grandes: Petapa y Amatitlán. De Petapa, hoy en día una populosa ciudad dormitorio, dejó este retrato: «Está considerado por uno de los pueblos más agradables de todos los pertenecientes a Guatemala por su proximidad a un lago de agua dulce donde hay una gran cantidad de peces, y particularmente cangrejos y otra especie de pescado que se llama mojarra, parecido al sargo en la figura y en el gusto, con la diferencia de no ser tan grande…». De la actividad agrícola en Amatitlán nos deja esta descripción que parece más bien un cuadro impresionista: «La otra cosecha, que es de dos especies de trigo, blanco y rojo como el trigo de Candía, sigue a la del trimestre; porque un poco después de la Natividad se mete la hoz en los campos, donde no solamente recogen el trigo, sino que en lugar de engavillarlo y encerrarlo en la troje lo trillan con caballos en las eras hechas con ese objeto…», resultando un delicioso retrato de la vida rural en la colonia.
Gage es un viajero consumado, en la mejor acepción de la palabra. Durante sus siete u ocho años de residencia en el país realizó viajes por los cuatro puntos cardinales, entrando por el occidente, cortando por los Cuchumatanes hacia la capital del reino; hace un fascinante viaje por las Verapaces, hasta San Pedro Carchá, pasando por varios poblados en su periplo y luego toma el camino del lago de Izabal, hasta Puerto Bodegas; hace otro viaje al sur, hasta la población de Palín, asentado en una pequeña planicie que se desliza hacia la bocacosta y hacia el oriente; hace su recorrido final para embarcarse en el puerto de El Realejo a fin de regresar a Inglaterra, dejándonos un vívido relato de la aldea Los Esclavos y su peculiar puente.
Aunque para esta reseña nos hemos concentrado en su paso por Guatemala, cuando era provincia del reino del mismo nombre, hay que decir que Gage continúa su relato hasta Comayagua en una ocasión, y cuando emprende su regreso a la patria que lo vio nacer, nos deja interesantes descripciones de Nicaragua y Nueva Granada, pues debe cruzar a lomo de mula el istmo de Panamá, cuando aún formaba parte de Colombia, por utilizar los nombres modernos, visitando la ciudad amurallada de Cartagena. El relato de Gage es una obra absolutamente deleitable de pasta a pasta, comenzando con sus descripciones de México, que también son interesantes y el detallado paseo por Guatemala que lo hacen imprescindible para todo aquel que quiera conocer los aspectos más ordinarios de la vida colonial en Guatemala. Para este trabajo hemos utilizado la edición de Los viajes de Tomás Gage en la Nueva España, editado por la Tipografía Nacional, en Guatemala en 2010.
1 Mala fe que se explica porque al momento de sentarse a escribir los recuerdos de su residencia en Guatemala, Gage había abjurado de su fe católica, tras su regreso definitivo a Inglaterra.
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