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Los viajes por Guatemala de distintos viajeros, entre el siglo XVII y mediados del siglo XX

El valor histórico de sus relatos

Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez

-I- A manera de presentación

Por el momento, los viajes en el tiempo son una imposibilidad física, pero no intelectual. Los libros que dejaron escritores que se han muerto continúan resonando dentro de nuestra cabeza en el momento de tomar un volumen, abrirlo y leer sus primeras líneas. Los libros son ese objeto maravilloso que nos permite a nosotros, ciudadanos del mundo del siglo XXI, seguir escuchando los ronroneos de la mente de Tolstói, Dostoyevski, Pepe Milla o los anónimos recitadores que un buen día decidieron dejar por escrito los largos y sonoros versos del Rabinal Achí. De la misma forma, abriendo las crónicas de viaje, podemos visitar, fugaz, onírica e inmaterialmente, lugares que ya no existen más, al menos en este mundo físico en el que transcurre nuestra existencia.

Desde el siglo XVII hasta mediados del XX, visitantes extranjeros vinieron a Guatemala a visitarla, o bien para radicar en ella por temporadas, y luego nos dejaron los relatos escritos sobre sus impresiones, legándonos a nosotros, los lectores del futuro —su futuro—, una fuente inagotable de curiosidad y sorpresa, que nos permite revivir esa Guatemala remota. Comerciantes, diplomáticos, científicos, espías y escritores recorrieron sus paisajes y nos legaron sus impresiones, muchas de ellas críticas e injustas, hijas de la época en que fueron escritas, pero otras sorprendentemente libres de prejuicios, muy empáticas, y hasta cariñosas con el país que los acogió temporalmente.

La serie de ensayos comienza con el libro de Thomas Gage y sus viajes por Guatemala, e iremos reseñando, de forma cronológica, los textos de los viajeros que llegaron a estas tierras y quisieron contarnos su periplo, por los más diversos motivos. Empezamos con el viaje más remoto del que se tenga noticias, el del sacerdote jesuita Gage, quien tuvo el privilegio de conocer a nuestro amado país cuando aún formaba parte del Reino de Guatemala, y paseó por las calles de su capital, la entonces próspera Ciudad de Santiago de Guatemala. Muchos de estos libros fueron recuperados o traducidos en su momento y algunos están disponibles en librerías, pero otros lamentablemente no son fáciles de conseguir, una razón más para lanzarnos a reseñar todos aquellos que hemos logrado identificar y ponerlos al alcance del lector contemporáneo, para que, entusiasmado, pueda luego lanzarse a buscar su propio volumen, escarbando en los anaqueles de las librerías del viejo Centro Histórico. Esperamos que la lectura de estos textos sea una invitación a viajar al pasado, para conocer tiempos en los que el futuro era una apuesta y todo estaba aún por construirse.

-II- Valor histórico de los relatos de los viajeros

El lector puede preguntarse con toda justicia si realmente necesitamos este tipo de lecturas; es decir: puede cuestionarse el valor de este tipo de testimonios a tantos años de distancia. Evidentemente, el valor es puramente intelectual, por lo que aporta sobre la situación del país en el momento específico del viaje, y las relaciones que los autores hacen de las circunstancias que les tocó vivir mientras se adentraban en el territorio guatemalteco. Conviene citar aquí a Emily Thomas y su interesante libro El viaje y su sentido: Cuando los filósofos se hicieron nómadas, en el que, citando al historiador Paul Fussell, explica: «(…) viajar no es igual que hacer turismo. Viajar es lo que se hacía en los siglos XVIII y XIX y principios del XX. Al viajar, se combinaba la emoción “impredecible” de la exploración con la placentera sensación del turista de “saber dónde se está”…», sensación que se ha perdido completamente en este mundo del siglo XXI, donde ya todo está explorado y descubierto, salvo parches recónditos de las fosas marinas. En todo caso, este ojo del viajero-explorador es el material que nos interesa para efectos de esta serie: recobrar esos vistazos que cuales, como instantáneas, nos regalan los autores del momento político que se vivía en la Guatemala que conocieron.

Desde esta perspectiva, los relatos de tales viajeros adquieren un valor inmenso, toda vez que nos cuentan desde la calle los hechos y circunstancias de sus viajes, con la inmediatez del que lo está viviendo en carne propia, sin el filtro del historiador que regresa a los textos a recuperar la vida de los hechos que estudia. Las narraciones de los viajeros, además, ordenadas cronológicamente, nos permiten ir tomándole el pulso al desarrollo histórico del país, desde el gobierno colonial, como lo conoció el ya citado Thomas Gage, a la República Liberal en sus estertores, que es la que conoce Paul Bowles, a mediados de la década de los 40 del siglo XX. El considerable número de viajeros nos permite, pues, darle seguimiento no solo a los personajes clave de la historia, que es un valor importante (por ejemplo, los relatos de aquellos que se entrevistan con las autoridades de turno), sino también cómo viven o «sufren» la historia los ciudadanos anónimos que no pudieron o no quisieron dejarnos relatos de sus vidas por considerar sus vivencias como intrascendentes. Como el viajero presume del lector su interés por el destino exótico que era Guatemala, su recuento resulta una fuente importante de información.

Como hemos apuntado antes, la serie de ensayos se inicia con el relato que nos dejó el inglés Thomas Gage, sacerdote jesuita, cuyo libro adquiere doble trascendencia para nosotros: primero, es el recuento más remoto de un viajero por Guatemala con que contamos, aunque hay descripciones geográficas de las visitas pastorales o de otros testigos, como Recordación florida, de Fuentes y Guzmán. El libro de Gage goza de una perspectiva personal, con opiniones, juicios y anécdotas íntimas que le dan un toque adicional a su texto; el segundo, el libro de Gage, publicado en Inglaterra en 1648, pertenece a una época en la que los relatos de viajeros por las distintas esquinas del mundo empezaron a ofrecer sus visiones al retornar de estos periplos. Así, nos informa nuevamente Emily Thomas, uno de los primeros libros de viajes se publicó en 1611, el de Thomas Coryate, titulado Crudities: Hastily Globed Up in Five Moneth Travells, en el que describe un viaje del propio Coryate a pie por una buena porción de Europa, al que le siguieron otros muchos, resaltando, en 1632, la publicación de Rare Adventures and Painfull Peregrinations, de William Lithgow, en el que narra sus viajes por destinos más exóticos, Oriente Próximo, el norte de África y Europa. El rito del viaje a países extranjeros y volver con un relato propio de esas experiencias fue creciendo a partir del final de la guerra de los Treinta Años, precisamente en los momentos en que Gage ponía por escrito su viaje por México y Guatemala. 

Para terminar, un valor que no siempre está contenido en estas narraciones por Guatemala, pero sí en la mayoría, lo es la presencia de juicios benevolentes sobre costumbres y tradiciones locales, algunas ya desaparecidas, otras sorprendentemente vigentes aún en estas épocas, y la sincera admiración que en las almas de estos extranjeros provocaron la abrumadora belleza de los paisajes, propios de nuestra dramática geografía. Los valles hermosamente regados por los ríos que entran por estrechas gargantas, o bien las altas montañas y volcanes causaron asombro en casi la totalidad de estos aventureros. Impresiones negativas también las hay, como los juicios sobre la miseria en que vivían los indígenas, atados a servicios personales heredados desde la conquista (más evidentes en Gage que en los demás), o la pobreza generalizada del país a causa de las guerras y la poca libertad económica que se vivía en la época, aspectos ampliamente subrayados por Wilson, Thompson, Haefkens o Dunn. Son momentos congelados en el tiempo, que esperamos impulsen la imaginación del lector y alimenten su curiosidad, para saber más de estos viajeros y sus peripecias por un territorio remoto y exótico para la generalidad de sus lectores contemporáneos.