Individuo

Pioneros, de Willa Cather: El individuo versus la naturaleza

Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez

Fotograma de la película Days of Heaven (1978), dirigida por Terence Malick. (Film-grab.com).

John Bergson, emigrante sueco establecido en Nebraska en el último cuarto del siglo XIX, muere en su casa de tablones, construida en medio de las praderas; lo rodean su esposa y sus cuatro hijos. Sorprendentemente, el agotado señor Bergson decide nombrar a su hija Alexandra como cabeza de familia, pasando por encima de sus hijos varones, Oscar y Lou. Emil es muy pequeño para considerarlo siquiera. Alexandra es una mujer que ha estado tras «el teje y maneje» de la granja de su padre, leyendo, investigando, inquiriendo a sus vecinos sobre los más mínimos detalles, para manejar las tierras propiedad de la familia.

Este es el planteamiento, aparentemente sencillo y sin mayores matices, de la sorprendente novela Pioneros, de la escritora estadounidense Willa Cather. Publicada originalmente en Boston, en 1913, por Houghton Mifflin. La obra, reeditada en su versión corregida por la autora en 1937, recoge de primera mano las vivencias de una familia de inmigrantes que decide establecerse en la frontera del oeste de los Estados Unidos, en momentos en que esta nación puja por ocupar el territorio de las fecundas planicies entre ambas costas. El cabeza de familia, John Bergson, opta por reclamar tierras en la frontera, en expansión en los límites del Estado de Nebraska, creado apenas una década antes e incluido como el estado número 37 de la unión, el 1 de marzo de 1867. La novela recoge, en cierta forma, las experiencias de su propia familia, establecida cuando ella tenía nueve años, en un rancho en el mismo estado de Nebraska, cerca de Red Cloud. A diferencia de Alexandra, su protagonista, que es hasta cierto punto autodidacta, la autora estudió en la universidad estatal, en la que se graduó en 1895, para establecerse en Pittsburgh, donde ingresó como periodista en la plantilla del The Home Montly, trasladándose luego a Francia y optando definitivamente por la ciudad de Nueva York como su hogar, hasta su muerte, en 1947.

Cather fue una activista importante del feminismo, que despunta en su novela de forma muy clara desde las primeras páginas y por la opción tan atípica de hacer a Alexandra el personaje central de la historia, alrededor de la cual giran literalmente el resto de los personajes. Incluso la relación del patriarca con su hija es del todo atípica, sumamente excepcional en la época:

A menudo llamaba a su hija para hablarle de ello. Alexandra había empezado a ayudarle antes de cumplir los doce años y, a medida que se había hecho mayor, su padre había dependido cada vez más de sus recursos y discernimiento. Sus hijos trabajaban de buen grado, pero solían irritarle cuando hablaba con ellos. Era Alexandra la que leía los periódicos y seguía los mercados, y la que aprendía de los errores de sus vecinos. Era Alexandra la que sabía siempre cuánto había costado engordar cada novillo, y la que adivinaba el peso de un cerdo antes de que lo pusieran en la balanza con mayor precisión que el propio John Bergson. Lou y Oscar eran muy trabajadores, pero jamás había logrado enseñarles a usar la cabeza para trabajar… 

El planteamiento de la historia es entonces apenas una excusa para desarrollar las capacidades de su personaje principal, que debe luchar contra su familia y la sociedad, a la vez que contra la naturaleza para forjar lo que tiene, a base de la inteligencia natural de la que está dotada. A la muerte del padre, los hermanos mayores quieren vender las tierras e irse a buscar un trabajo en la ciudad de Chicago, pero Alexandra se opone al plan y audazmente actúa al contrario, comprando las granjas vecinas de la gente que se desespera del duro trabajo de la tierra y la abandona, para regresar a alimentar las fábricas de las ciudades que demandan mano de obra. La ciudad es una presencia lejana, que ofrece salida al duro trabajo del campo, a las agotadoras jornadas bajo el sol, y la tierra ofrece en este escenario un espacio de paz y tranquilidad, al que se inclina de forma entusiasta la protagonista, que viaja a las poblaciones de forma esporádica y por brevísimos periodos. Ella es una pionera en el sentido estricto: trabaja la tierra de sol a sol, experimentando, tratando de arrancarle los mejores cultivos y comercializarlos para adquirir más tierras. Un trabajo en constante expansión, atada al suelo y la naturaleza que la rodea, y rehuyendo las comodidades de la ciudad, que tanto atraen a sus hermanos. La defensa del espacio rural asoma en hermosas frases: «tú has vivido donde las cosas se mueven muy de prisa; aquí todo es lento y la gente más. Nuestras vidas son como los años, hechas del clima, las cosechas y las vacas». De hecho, esta frase se recoge a lo largo de toda la novela cuando las referencias temporales son los años que han pasado a partir de la muerte de John Bergson, o bien los pasados a partir del invierno más crudo recordado en la región hasta entonces. 

Como las grandes planicies son el escenario de la trama de la novela, las descripciones de este inconmensurable espacio abierto ofrecen la oportunidad de derivar en descripciones impresionistas, que cobran vida en la mente del lector, remitiéndonos inevitablemente a otros experimentos visuales, como las telas de tema rural de Edward Hopper o de N. C. Wyeth, o a los planos abiertos de Terence Mallick, en su filme de 1978, Days of Heaven. Estas oportunidades descriptivas permiten que Cather alcance la maestría en su recreación sobre la naturaleza:

… treparon a lo alto de un peñasco cubierto de hierba para comer a la sombra de unos pequeños olmos. El río era claro allí, y bajaba con poca agua, puesto que no había llovido, y discurría haciendo ondas sobre la arena centelleante. Bajo los sauces que colgaban sobre la orilla opuesta, el río formaba un brazo más profundo y el agua discurría tan despacio que parecía dormida al sol. En aquella pequeña ensenada nadaba un pato salvaje, se sumergía y se arreglaba las plumas con el pico, retozando felizmente bajo el juego de sombras y luz. Estuvieron sentados allí mucho tiempo, contemplando el solaz del ave solitaria. A Alexandra ningún ser vivo le había parecido tan hermoso como aquel pato salvaje (…) Alexandra recordaba aquel día como uno de los más felices de su vida. Años después, pensaba en el pato como si aún estuviera allí, nadando y sumergiéndose solo a la luz del sol, como una especie de ave encantada que no conociera el paso del tiempo.  

Las grandes planicies también son el espacio donde confluyen las más diversas nacionalidades, en grupos de migrantes que terminaron por construir con su arduo trabajo la grandeza de los Estados Unidos. Los vecinos que ocupan las granjas de los alrededores de las tierras de la familia Bergson llegaron de Francia, de Alemania, de Noruega y de Dinamarca. La novela se convierte también en la toma de muestra del momento histórico descrito con minucioso detalle por el historiador Ray Allen Billington (La expansión hacia el oeste), en el que las instituciones norteamericanas se trasladan hacia el oeste, construyéndose y reconstruyéndose a medida que los pioneros logran domesticar las salvajes praderas, perfeccionando el modelo político que tanto asombró a Alexis de Tocqueville.

Aunque se debe subrayar que en la obra de Cather quien resalta y domina la tierra es el individuo, sumido en su empresa privada de construcción de la riqueza, es el espacio que el hermano pequeño, Emil, tras años de ausencia apenas reconoce: «apenas recordaba la antigua tierra salvaje, la lucha en la que su hermana estaba destinada a triunfar mientras tantos otros hombres se deslomaban hasta morir». El Estado es una presencia lejana, que se menciona únicamente cuando se refiere al registro de las tierras o a los juzgados de la cercana ciudad de Lincoln. La novela es el espacio exclusivo de la épica individual.

Las grandes planicies también son el espacio donde confluyen las más diversas nacionalidades, en grupos de migrantes que terminaron por construir con su arduo trabajo la grandeza de los Estados Unidos. Los vecinos que ocupan las granjas de los alrededores de las tierras de la familia Bergson llegaron de Francia, de Alemania, de Noruega y de Dinamarca. La novela se convierte también en la toma de muestra del momento histórico descrito con minucioso detalle por el historiador Ray Allen Billington (La expansión hacia el oeste), en el que las instituciones norteamericanas se trasladan hacia el oeste, construyéndose y reconstruyéndose a medida que los pioneros logran domesticar las salvajes praderas, perfeccionando el modelo político que tanto asombró a Alexis de Tocqueville y que constituyeron el fundamento político de los Estados Unidos.

Aunque en la obra de Willa Cather quien resalta y domina la tierra es el individuo, sumido en su empresa privada de construcción de la riqueza, es el espacio que el hermano pequeño, Emil, tras años de ausencia apenas reconoce: «apenas recordaba la antigua tierra salvaje, la lucha en la que su hermana estaba destinada a triunfar mientras tantos otros hombres se deslomaban hasta morir». El Estado aparece apenas mencionado, es una presencia lejana, que se menciona únicamente cuando se refiere  al registro de las tierras compradas o colonizadas, o bieno a los juzgados de la cercana ciudad de Lincoln. Lincoln y su cárcel, donde termina recluido uno de los protagonistas de la novela. El libro de Cather es el espacio exclusivo de la épica individual, es un monumento impreso a la audacia, valentía y esfuerzo de todos aquellos que abandonaron la seguridad rudimentaria de sus países y se atrevieron a buscarse un nuevo destino, a miles de kilómetros de sus lugares de origen, en unas llanuras desconocidas, donde el peligro de cualquier naturaleza acechaba a la vuelta de cada colina. 

El libro de Willa Cather es un gozo absoluto de pasta a pasta, que se lee «como una canción», parafraseando a Henry Miller. Sus escenas bucólicas, sus personajes bien construidos y un ambiente físico que invita a la meditación hacen del libro Pioneros una novela urgente para comprender cómo fue construido los Estados Unidos de América, con millones de millones de pequeñas historias como la de Alexandra y su familia, en momentos en que el gran país del norte pareciera estar atravesando por una profunda crisis de identidad. Para despedirnos del lector, le dejamos otra escena hermosa, casi cinematográfica, surgida de la pluma de Cather, a fin de que le sirva de recomendación para leer su novela:

Transcurría el segundo de aquellos veranos estériles. Una tarde de septiembre, Alexandra había ido a la huerta del otro lado de la cañada para sacar unas cuantas patatas; habían crecido con fuerza pese al tiempo que era funesto para todo lo demás. Pero cuando Carl Linstrum fue a su encuentro atravesando los surcos de la huerta, Alexandra no cavaba. Estaba de pie, ensimismada, apoyada en la horca, con el sombrero junto a ella, tirado en el suelo. La huerta seca olía a las vides agotadas y estaba cubierta de pepinos de siembra amarillos y calabazas y sandías…