clarisse-meyer-jKU2NneZAbI-unsplash

EL SEÑOR PRESIDENTE: REALIDAD Y FICCIÓN (I)

Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez

Las grandes obras de la literatura muchas veces tienen distintos caminos de aproximación; es decir, distintas perspectivas desde las que un lector puede acercarse a ellas y disfrutar de su lectura. En este caso particular, la novela clave de Miguel Ángel Asturias, El señor presidente, ofrece varios caminos para que la curiosidad del lector quede plenamente satisfecha. Una perspectiva puede ser la lectura desde la vanguardia literaria, o sea, los mecanismos literarios de los que el autor echó mano para narrar la aventura de Miguel (Cara de Ángel) y de Camila Canales. Otra puede ser la que analice el texto desde el punto de vista de la novela de dictadores. Yo, en esta tercera lectura que tuve el goce de terminar hace unos pocos días, recurrí a la temporalidad de la novela; es decir, buscar en su texto las referencias temporales o históricas que van asomando de forma muy clara a veces u otras de forma apenas insinuada, para podernos ubicar en el momento en el que Asturias, desde la lejana ciudad de París, decidió armar su entramado en su cuento inicial, «Los mendigos políticos», en 1922.

Estas referencias van quedando sugeridas a lo largo de todas sus páginas, como un mapa trazado con tinta de limón, que llama la atención del lector atento; pero que al lector que no está buscándolas le resultan útiles por ser parte del aparato narrativo, sin restarle fuerza a la historia, sin distraerlo innecesariamente. Así, uno puede leer: «Camila había oído hablar de las vistas de movimiento que daban a la vuelta del Portal del Señor, en las Cien Puertas, pero no sabía ni tenía idea de cómo eran» (p. 95); y, si se es del segundo tipo de lector, esto es pura información para comprender el mundo de Camila y no exige mayor reflexión; pero, si se es del primer tipo, uno sabrá que la referencia ubica al cinematógrafo del señor Valenti, que anunciaba sus proyecciones en la primera página del Diario de Centro América casi todos los días, y que otro autor, Dante Liano, rescató para contarnos sobre él en su novela de la aventura de los migrantes italianos en Guatemala.

Otra referencia interesante es esta: «El amo tragó saliva amarga, evocando tal vez sus años de estudiante, al lado de su madre sin recursos, en una ciudad empedrada de malas voluntades» (p. 115); que puede ser una mera referencia a la juventud del dictador, pero que claramente está resumiendo los avatares de Manuel Estrada Cabrera y su madre Joaquina en el Quezaltenango del último cuarto del siglo XIX, cuando transcurrió la vida estudiantil de este personaje histórico, que tuvo que debatirse en la pobreza para lograr salir adelante. Páginas después encontramos otro momento histórico menos evidente, apenas esbozado: «¡Qué bien lo hacen!… Los del pantalón rojo no obedecen la voz de mando, obedecen la voz del público y vuelven a jugar con sus cabezas… Tres tiempos… ¡Uno!, quitarse la cabeza… ¡Dos!, lanzarla a lo alto a que se peine en las estrellas… ¡Tres!, recibirla en las manos y volvérsela a poner» (p. 219); en lo que resulta una escena de pesadilla en la que los cadetes que tramaron su asesinato, al fallar el atentado fueron perseguidos y fusilados, alcanzando el castigo incluso a algunos familiares y amigos. El pantalón rojo y la guerrera azul es el uniforme de gala de los caballeros cadetes de la Escuela Politécnica.

También hay referencias al tranvía de mulas que recorría la ciudad dentro de los límites del hoy llamado Centro Histórico y que vuelve a aparecer en su novela Viernes de Dolores, y también al pequeño ferrocarril conocido como el Decauville, que hacía el papel de tren de cercanías, con estación en la 18 Calle, a la altura del Edificio El Cielito, y que llevaba hasta la Villa de Guadalupe, en la zona 14 actual, con estación en Ciudad Vieja, frente a la sede actual del Ministerio de Educación, y con otra estación en el actual Obelisco: «Un minúsculo tren asomó por un callejón entre chispas y pitazos, y se fue cojeando por los rieles» (p. 260); este tren dejó de funcionar, porque lo usaron para acarreo de ripio, luego de los terremotos de 1917 y 1918, fundiéndose la máquina.

De las inequívocas referencias temporales aparece esta en la página 273: «Sigue la batalla de Verdún. Un desesperado esfuerzo de las tropas alemanas se espera para esta noche», cuando el señor presidente publica una esquela felicitando a Miguel (Cara de Ángel) y a Camila por su matrimonio (gesto nada inocente, pues se hace nombrar padrino de la pareja, a pesar de que los jóvenes se casaron en secreto), con la obvia intención de que llegue a oídos del general Canales, cuya búsqueda detona toda la trama de la novela, para que se entere que su archienemigo ha sido padrino de bodas de su propia hija, con un esbirro del régimen. Recordemos que el general Canales ha huido por los pelos del operativo que monta la policía secreta para su captura, gracias a la oportuna intervención de Cara de Ángel. La consecuencia de esta inocente felicitación queda servida para la curiosidad del lector, a quien queremos invitar a la lectura de la novela, por lo que no haremos spoilers.

Por último, hay una escena trepidante cuando la policía secreta llega a la casa del general para capturarlo: han rodeado por completo la casa, que es un caserón de esquina, con diez ventanas hacia la calle, según descripción de Asturias, en el barrio de la Merced. Allí, en ese caserón que se asoma sobre la calle y la avenida: «Al oír que andaban en la azotea, el viejo militar arrancó a Camila de sus brazos y atravesó el patio, por entre arriates y macetas con flores, hacia la puerta de la cochera. El perfume de cada azalea, de cada geranio, de cada rosal le decía adiós. Le decía adiós el búcaro rezongón, la claridad de las habitaciones. La casa se apagó de una vez, como cortada a tajo del resto de las casas». La escena continúa con la irrupción de los agentes que violentan la puerta principal y se cuelan de la casa, saqueándola por completo y, en el pandemónium, el general Canales logra escapar, huyendo finalmente del país. 

Esta escena nos resulta muy interesante, pues creemos haber encontrado el hecho original que detonó esta fascinante escena en la imaginación de Asturias, y que tomamos del libro Reproducción de los datos históricos de la Revolución de Guatemala en 1897, de José Ramón Gramajo, testigo y protagonista de los hechos recogidos en el volumen, publicado en El Salvador en 1931, a propósito de la captura del licenciado Feliciano Aguilar, en la ciudad de Quezaltenango, a mediados de septiembre de 1897: «Cuando el licenciado Aguilar se trasladó a San Marcos, dejó abandonada a su familia, lo cual aprovechó el jefe de la policía montada de Reina Barrios, para entrar a saquear la casa, robándose cuanto encontró en ella, que ya se puede imaginar lo que sería, dado el buen gusto de la familia y la abundancia de sus bienes de fortuna», historia que le contó al señor Gramajo el entonces telegrafista central de Quezaltenango, señor Miguel González, quien recibió el telegrama de Reina Barrios dirigido al jefe de la montada, indicándole que se apoderara de todos los documentos de Aguilar (orden que fue aprovechada para saquear la casa).

Nota: Las citas han sido tomadas de la edición conmemorativa de El señor presidente, editada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.