Día del politólogo

Narración de una visita oficial a Guatemala, viniendo de México, en 1825. George Alexander Thompson.

Autor: Rodrigo Fernández Ordoñez

Abandonamos las plantaciones de banano a donde nos llevó la viajera estadounidense Frances Emery-Waterhouse y viajamos en el tiempo nuevamente al siglo XIX. Nos acompañará como guía el diplomático británico George Alexander Thompson, quien coincidió en tiempo y espacio con el viajero James Wilson, a quien ya reseñamos en este espacio hace unas semanas.

-I- El viajero

Hermoso escudo del Estado de Guatemala dentro de la República Federal de Centro América, creada en la Constitución de 1824. (Fuente: @historia_ca en X).

George Alexander Thompson se desempeñó durante el año de 1823 como secretario de la Comisión que dirigía Lionel Harvey en México, después de asistir al señor James Justinian Morier, ambos enviados por Su Majestad británica para negociar con esa nación americana tratados de comercio y el establecimiento de relaciones diplomáticas. Harvey y Morier tuvieron a su cargo la misión de reconocer a México como nación independiente de España y, aprovechando su presencia en esa misión, el señor Thompson fue delegado a Centroamérica. Según palabras del autor: «… se me ordenó partir de México y trasladarme a Guatemala para informar al Gobierno británico sobre la situación de esta República, y no escatimé esfuerzo alguno en mi empeño de obtener los datos más auténticos sobre América Central, especialmente porque en Europa no se había recibido acerca de ella, hasta aquel entonces, un informe exacto y tan extenso como se requiere…».

La misión del diplomático inglés resultó ser capital para la recién conformada República Federal de Centro América, que contaba apenas con un año de vida cuando Thompson llega a su capital federal, la ciudad de la Nueva Guatemala de la Asunción, luego de permanecer dieciocho meses en México. En su nota de introducción al volumen que reseñamos, su autor informaba a sus lectores: «He sido el primer súbdito de Vuestra Majestad enviado por el Gobierno a visitar Guatemala, país interesantísimo desde todo punto de vista político y económico, y mi gratitud es infinita por haberme permitido dedicaros esta humilde exposición de mis estudios y observaciones acerca de él…». Es, como vemos, un observador benevolente con el país, un diplomático consumado, que evita el prejuicio y la censura, y se acerca a Guatemala con la buena disposición del viajero alegre y curioso.

El contexto de su viaje no puede ser más interesante. Por un lado, tenemos a unas Provincias Unidas del Centro de América, recién nacidas el año anterior en la Constitución de 1824, con una estructura política complicada y pocos recursos económicos. Como solución, el Congreso Federal propuso obtener un préstamo en Londres, capital financiera del mundo en aquel momento, para financiar el debido funcionamiento del gobierno federal. Por otro lado, tenemos una potencia imperial que trata a toda costa de sentar una cabeza de playa en la cuenca del Caribe, desde la que pueda operar una sucursal de su emporio comercial, que de 1825, salvado el molesto escollo de Napoleón, avanza agresivamente en los cinco continentes. Ya contaban con la plaza fuerte de Jamaica y el establecimiento de Belice, pero ahora buscaban un mercado sostenible para sus productos y la federación centroamericana parecía idónea para el efecto. A esto se debe que el recuento del viaje de Thompson, entrando por el puerto de Acajutla, después de desembarcar de la fragata «Tartar», y por tierra hasta la ciudad de Guatemala, sea tan detallado. El viajero trata de esbozar en la mente de sus lectores del servicio exterior la imagen más realista de una república que parece salir del sueño de algún autor enfebrecido: vegetación exótica, ríos caudalosos, verdura asfixiante, habitantes enigmáticos, aventuras y dificultades a cada paso y, como premio, ciudades dormidas en remotos valles, que carecen de todo, a causa de las malas comunicaciones. Era el sueño de cualquier imperio pujante en busca de nuevas conquistas.

Tenemos la suerte de que Thompson no solo fuera un buen observador, sino también un buen escritor. Su prosa es fluida y poco dada a los giros y barroquismos que estorban la lectura de sus contemporáneos españoles y americanos. Es casi un lenguaje burocrático, pero embellecido y suavizado por sus comentarios, siempre optimistas, sobre lo que ve. De esa cuenta, lo acompañamos por el camino real que del puerto lo lleva a Sonsonate y Ahuachapán, para adentrarse luego en los territorios del Estado Federado de Guatemala. De su paso por Sonsonate nos deja una interesante descripción e inteligentes comentarios: 

La ciudad de Sonsonate es grande y está diseminada; pero tiene muchas casas buenas, todas construidas en el estilo español usual. Son de un solo piso con tres o cuatro cuerpos en cuadro y un patio en el centro. Las familias más respetables no creen rebajarse ejerciendo el comercio. Como no hay bancos ni se da dinero a rédito, ésta es la única manera que tienen de emplear sus capitales. Muchas personas de las clases más ricas derivan sus rentas de la cría de ganado en sus haciendas y de las cosechas de índigo, cochinilla y tabaco, que dan a los comerciantes europeos a trueque de mercaderías, revendiéndolas al detalle para el consumo de los naturales del país…

Thompson observa desde el primer momento el mal endémico de la república centroamericana: la crónica escasez de moneda circulante que active el comercio y permita el financiamiento de su Gobierno. La ausencia de minas de extracción de materiales preciosos, las pésimas comunicaciones y lo remoto de sus asentamientos humanos, alejados de las costas por considerarlas malsanas, habían condenado a la pequeña república al marasmo comercial y a la pobreza. 

Su relato es de una riqueza tal que no se olvida ni siquiera de su banda sonora. En el camino de la costa, para entrar a Guatemala, no se olvida de relatarnos sus sonidos:

El chirrido del insecto llamado cigarra es como el del grillo; pero al brotar de las gargantas de los millares de bichos alineados a lo largo de todos los senderos, se parece al ruido del agua hirviendo. Cuando los rayos del sol están abrasando la llanura y el calor palpita en la atmósfera, esos pequeños insectos nos recuerdan, sin necesidad, que «la cosa está que hierve». Mi compañero me dijo que Esopo había escrito sobre ellos una fábula llamada La cigarra y la hormiga, que mueren cantando y vulgarmente se llaman chicharras…

Puente sobre el río Los Esclavos, actual departamento de Santa Rosa. Tomada desde el lecho rocoso del río aguas abajo. (Fuente: Wikipedia).

Entran al Estado de Guatemala por un bosque vacío y escarpado hasta llegar a la pequeña población de Oratorio, donde hacen una pausa para comer. Después de cruzar una barrera para impedir el paso del ganado, entraron a una llanura por la que avanzan seis leguas hasta llegar a otra pequeña aldea que le llama la atención, como a la mayoría que pasa por esa región en esa época, a orillas del río Los Esclavos y su mítico puente, que se dice construyó el diablo en una sola noche. Le impresionó positivamente, lo suficiente como para dejarnos una nota sobre él: «A seis leguas de allí está el pueblo Los Esclavos, a donde llegamos hacia las cinco de la tarde, pasando por un hermoso puente de cinco arcos puesto sobre un río que más parece una espumante catarata. Esa obra de arquitectura, la única que yo había visto desde mi desembarco que fuese digna de nota y un testimonio de la civilización del país, fue construida en 1792 y reparada en 1810…».

Con sorprendente detalle orográfico informa que a partir de la aldea Los Esclavos, el camino real que lleva hasta la capital despega en una cuesta de una milla y media de largo, protegidos los viajantes de caer a un abismo por barandas de cal y canto. El tramo del camino le causa tanta sorpresa que lo compara con los trabajos de macadamización de la cuesta de Brighton Rocket o la Birmingham Ballom, en su Inglaterra natal. Tras remontar la cuesta y avanzar por una nueva llanura llegan a la población de Cuajiniquilapa, hoy Cuilapa, en la que pasan la noche, habitando una gran casa para viajeros, habilitada en uno de los costados de la plaza central del poblado. La casa era maciza, siempre al estilo español, con un gran corredor techado y tres gradas hacia la calle. Thompson pasa la noche en ese lugar, preparándose para la última jornada de viaje hacia la ciudad de Guatemala.