Foto portada 18 de abril

Breve memoria de la vida de James Wilson durante su residencia en Guatemala en 1825 (V).

Autor: Rodrigo Fernández Ordoñez

-I- En Guatemala

James Wilson, como hemos visto en las entregas anteriores, es un observador atento del país que visita. En consecuencia, le llama la atención todo lo que pasa. Y toma nota. Gracias a esta acuciosidad sabemos que el 10 de junio de 1825 se conoció en la ciudad de Guatemala, por entonces capital federal de las Provincias Unidas del Centro de América, una solicitud por completo inusual del asentamiento británico en Belice, al que Wilson llamaba Honduras Británica: «Las autoridades de Belice han solicitado al gobierno de Guatemala derogar, o por lo menos modificar, una de sus leyes que parece amenazar la existencia de Belice, específicamente la ley que declara que cualquier esclavo que llegare a las provincias centrales es un hombre libre. Después de haber sido debatido en la Cámara de Representantes, una mayoría se decidió en favor de la petición, pero esta decisión fue derogada por el Senado».

Para poner en contexto el comentario de Wilson, debemos apuntar que, cuando realizó su viaje a Guatemala, la República Federal de Centroamérica estaba recién fundada, gracias a la Constitución Federal de 1824, que entre sus disposiciones había abolido la esclavitud en todo el territorio de la república, a petición del diputado salvadoreño Simeón Cañas, según creemos recordar. Entonces, para garantizar a Centroamérica como espacio libre, se dispuso que, si arribaban a su territorio esclavos venidos de otros estados esclavistas (Belice, Jamaica, el sur de los Estados Unidos), los mismos adquirirían la calidad de hombres libres. También cabe apuntar aquí que, dentro de la estructura de los organismos del Estado federado, el Legislativo estaba integrado en dos cámaras: una llamada Cámara de Representantes y otra llamada Senado, con grado de jerarquía superior de la segunda sobre la primera.

Como el motivo de Wilson es informar y prevenir a futuros viajeros, incluye algunos detalles peculiares de la vida en el trópico y sus consecuencias, como cuando relata que tuvo que someterse a un proceso de extracción de una nigua, el 13 de junio de 1825: «Me tuvieron que extraer una nigua (propiamente chigo), de mi pie. Estos insectos son muy pequeños, pero es asombroso el daño que hacen. Después de insertarse en la carne, depositan sus huevos allí, y, si no se les saca inmediatamente, prontamente se extenderían en todo el pie, con la consecuencia de que se pone ulcerado. He observado aquí, principalmente en los indios, cuyos dedos han sido completamente comidos por las niguas…».

En ese afán de informar, el texto de Wilson está lleno de referencias y de información útil para viajeros posteriores. Continuamente apunta sobre la temperatura o el clima que hace casi todos los días, en notas lacónicas que no interrumpen la amenidad de su relato, limitándose a consignar: «Hoy hubo alguna lluvia, el termómetro 73°» o bien «Lluvia y truenos hoy. El termómetro 73°». En otras anotaciones consigna datos que son la maravilla para el lector de hoy, o del historiador, a doscientos años de distancia: «La población de Guatemala, por ejemplo, algunos dicen que es de 30,000, otros de 35,000 y otros que es de 40,000. Toda la población de las provincias generalmente se ha estimado en 1,500,000. Un periódico llamado El Redactor General, cuyo primer número ha aparecido el día de hoy, dice que la población es de tres millones…»; es decir, que la falta de datos estadísticos concretos ha sido un mal constante en Guatemala, desde entonces; solo debemos recordar que Guatemala se pasó del 2003 hasta el 2017 sin un apropiado censo general de población, y, durante tres lustros, ajustó los datos del 2003 «estimando» el crecimiento de la población. Otro dato fascinante para el historiador es que, cuando hace referencia a las comunicaciones del país con el extranjero, apunta: «La última fecha de cartas recibidas de Inglaterra el diez de este mes (por la vía de Belice) es la del 28 de marzo, de manera que toma setenta y cinco días la correspondencia entre Londres y Guatemala…».

Como fiel adscrito a la Iglesia presbiteriana, producto de la Reforma, Wilson no puede ser ajeno al impacto negativo que le causa la religiosidad católica, y, aunque en general trata de adoptar una posición tolerante, algunas veces lo vence la indignación, como cuando apunta: «Los devotos acostumbran aquí, cuando están enfermos o cuando tienen algún objeto importante que lograr, hacer voto de que su cura se les conceda en un caso, o el cumplimiento de su deseo en el otro, de usar el hábito de alguna orden religiosa por un tiempo determinado. De manera que grupos de laicos se pueden ver, algunos con el hábito de monjes, otros con el de frailes y las señoras con el de monjas». Para alguien tan ajeno a la estricta religiosidad de la cultura del Nuevo Mundo, la existencia de los terciarios, esos hombres o mujeres que sin pertenecer a una orden adquieren los hábitos y los usan de forma cotidiana, le habrá parecido uno de los aspectos más escandalosos de la ostentación religiosa. 

Escena cotidiana de la Plaza Central de la ciudad de Guatemala a inicios del siglo XIX. Autor desconocido. (Fuente: Hemeroteca de Prensa Libre).

Otro de los aspectos que llama la atención de las notas de Wilson es la inseguridad en la ciudad de Guatemala, tema recurrente hasta nuestros días. En esos tiempos el alumbrado público no era más que una quimera, y las calles a duras penas se iluminaban con las veladoras o velas de sebo que se dedicaban a los santos, expuestos en hornacinas horadadas en los muros de las casas. No será sino unos lustros después cuando se va a ensayar con un sistema de serenos que encendían faroles de sebo en las esquinas principales de la ciudad, pero cuando Wilson estaba aquí la ciudad habrá sido por la noche una verdadera boca de lobo, con los vecinos encerrados en sus casas y las calles abandonadas a cualquier oportunista que pudiera sacarle provecho a la oscuridad. Pero pese a las dificultades, la vida sigue, los vecinos se niegan a suspender sus quehaceres y, en el caso del viajero, lo invitan a una boda, y es la preparación para asistir al evento lo que más le llama la atención: «Esta noche nos colgamos nuestras espadas y con nuestras pistolas en la bolsa, como si fuéramos asesinos con las capas encima de todo, con nuestra intención de presenciar una boda, una extraña clase de ornamento para tal ocasión, pero tal es la disposición rufianesca y homicida de la chusma de aquí, que no se considera seguro moverse en la obscuridad sin ir así equipado…». La medida de precaución estaba bien justificada, pues, según sus apuntes, el promedio anual de personas ingresadas al hospital por heridas de armas letales ilegales ascendía a 475. Para una población total de 35,000 habitantes en la ciudad, el índice de criminalidad era significativamente alto. Las razones de este ambiente criminal las explica el propio Wilson: «A las personas culpables de los crímenes más espantosos, meramente se les castiga con un corto encarcelamiento. Se dice que hay una persona que está en libertad y que ha cometido asesinatos…», por lo que fácilmente podemos concluir que los altos niveles de impunidad y un sistema judicial incapaz de proveer justicia pronta y cumplida ha sido un mal endémico en Guatemala desde el momento mismo de su fundación.

Los negocios de la casa comercial que Wilson representa le toman tiempo, y eso hace que permanezca en Guatemala por un tiempo suficiente como para ir comprendiendo la volátil situación política en la que se encontraba inmersa la federación. Toma nota de las actitudes de Juan Barrundia, Jefe del Estado de Guatemala, que, contra toda prudencia, decide trasladar la capital de la Antigua Guatemala a la Nueva Guatemala de la Asunción, provocando roces innecesarios con el presidente federal Manuel José Arce, y que terminaron en una abierta confrontación entre ambas autoridades. La tensión es permanente al parecer del viajero, tanto que, durante una controversial representación teatral sobre la Inquisición, el Gobierno se vio obligado a despachar tropas: «La circunstancia de que un piquete de soldados con mosquetes y bayonetas fijas estaba presente en el teatro para mantener el orden es una corroboración de mi última observación, e indicativa de la disposición turbulenta del pueblo».

Las tensiones son patentes también cuando, relatando un paseo por las calles de la ciudad, en compañía de unos amigos, apunta: «Al ir hacia nuestra casa, conforme nos acercamos a la Plaza o emplazamiento principal, en la que está situado el Palacio, la Casa de la Moneda, la Aduana, el Cuartel, etc.,1 se nos gritó “quien vive”; nuestro amigo español contestó con la consigna “Guatemala Libre”. Antes de que llegáramos al ángulo opuesto de la plaza, repetidamente se nos habló en la misma forma por los centinelas de distintos puestos». La situación política estaba ya tomando claros tintes bélicos, que resultaron con el estallido de la primera guerra civil. Como parte de la escalada de las tensiones, Wilson apunta haber sido testigo de un atentado en contra de la vida del coronel Nicolás Raoul, veterano de las guerras napoleónicas, que había llegado a Guatemala para asesorar sobre la reforma del Ejército y quien rápidamente fue derivando hacia el radicalismo liberal de los Barrundia, desafiando abiertamente la autoridad del presidente federal. Esas tensiones fueron aumentando, y la noche del 24 de julio de 1825 el viajero registra que, estando por irse a dormir, se escuchó el retumbo de una descarga de fusil, que al día siguiente se supo que había sido un atentado contra Raoul, y que Arce había tenido que desplegar tropas leales para impedir un levantamiento rebelde en los cuarteles de la ciudad. 

El relato de Wilson es un deleite para todo lector que guste de la historia y de las impresiones de primera mano, herramientas imprescindibles para imaginarnos cómo pudieron haber sido esos tiempos pasados. En sus páginas encontramos una visita que hizo al Congreso Federal, entonces albergado por la Facultad de Derecho, donde fue testigo de un debate, poco apasionado, entre dos diputados que polemizaban en medio de una sala casi desierta; también hay una hermosa descripción de sus paseos por las afueras de la ciudad, a otras esquinas del valle menos pobladas. Adicionalmente, arroja luz sobre un término del que se han venido dando explicaciones variadas, incluso ensayadas por José Milla en su libro Cuadros de costumbres, donde busca explicar el origen del vocablo «guanaco», que en Guatemala se les daba a los salvadoreños hasta hace no mucho. Explica Wilson: «Guanaco es un término que significa a uno que ha nacido en las provincias, en contraste con los que son nativos de la capital, y parecería que se considera una expresión peyorativa llamarle a cualquier persona “guanaco”»2.

Tras finalizar su misión comercial en la ciudad de Guatemala, Wilson abandona la ciudad el 1 de agosto de 1825, con un tren de mulas de siete bestias: dos de silla y cinco de carga, informando que las bestias de montar cuestan seis dólares y las de carga cinco. Su dote de observador no lo abandona, incluso cuando va saliendo del país. En su camino hacia Guastatoya apunta: «(…) a un cuarto de hora después de las diez pasamos un túmulo de piedras que nuestro guía nos informó que era la tumba de un individuo que había sido apuñalado allí…», noticia nada alentadora. Pero recordemos que sus notas tienen la intención de informar a un futuro lector de las circunstancias del viaje que podría afrontar si se decidía a visitar un país remoto y desconocido como lo era Guatemala en 1825. El mismo Wilson era plenamente consciente de los peligros que entrañaba un destino tan exótico como Guatemala, pues apunta: «Este es un clima insoportable y un viaje difícil. En verdad creo que vale casi tanto como la vida de un hombre emprenderlo. El comentario de Valle, respecto a este país, verdaderamente es justo, al decir que la “fiebre y la muerte cuidan su ingreso” y la salud reina en su regazo…». Para un hombre tan parco y poco dado a los elogios esta afirmación bien podría resultar una verdadera declaración de amor a Guatemala.

El viaje de salida de Guatemala que nos regala Wilson es una rareza, porque se embarca en Gualán y navega por aguas abajo el resto del río Motagua, hasta la barra de la desembocadura en la bahía de Amatique. En algunas partes nos recuerda a García Márquez y sus morosas descripciones del río Magdalena, en El general en su laberinto o en El amor en los tiempos del cólera, sobre todo cuando registra in situ

(…) Vimos a un cocodrilo asoleándose en la arena, el agua aumentaba dentro del barco y a las nueve menos diez nos detuvimos para examinar la rotura, y se determinó que una de las tablas estaba quebrada en dos lugares. En consecuencia fue necesario bajar toda la carga que consistía en ochenta y dos cerones de cochinilla [zurrones] además del equipaje, a la una menos cuarto p.m., se han llevado el barco a un lugar más adecuado, más arriba en el río para reparar los daños, dejándonos en la selva; los tigres, los cocodrilos, las culebras y toda clase de reptiles dañinos y de insectos atormentadores nos acompañan. En el lugar en el cual nos encontramos, las márgenes del río son muy cortados, así para llegar al toldo que levantaron tenemos que subir agarrándonos de las raíces de los árboles…

El diario de James Wilson cierra con una anotación fechada el 26 de agosto de 1825 cuando llega a Belice, donde se habría de establecer para representar a la casa comercial londinense. La última noticia que tenemos de él es una carta, fechada el 17 de septiembre de 1825, dirigida a un amigo, en la que comenta: «(…) En este momento, aunque estoy sentado, medio desvestido y sofocado por el calor, gozo de tan buena salud como pudiera desear, pero las enfermedades en este clima atacan súbitamente y son notablemente rápidas en su progreso. Una persona puede encontrarse en perfecta salud en un día y al siguiente estar tendida como un cadáver…». 

Este párrafo de su carta resultaría ser profético, pues James Wilson ya no pudo regresar a su natal Escocia, como lo tenía planeado. Murió en Belice de un violento ataque de fiebre que minó su salud en cuestión de días. Murió el 19 de noviembre de 1826, cuando tenía 28 años. Las distancias entre continentes y lo lento de las comunicaciones en esa época se comprenden mejor cuando leemos, gracias al editor de la memoria que hemos estado comentando, que en enero de 1827 zarpó una goleta del puerto de Londres con dos jóvenes a bordo y la misión de relevar a Wilson, quien había manifestado su deseo de regresar a su tierra natal.

 

1Actualmente toda esta zona comprende las dos cuadras que albergan al Archivo General de Centro América —AGCA— y la Biblioteca Nacional, una estrecha extensión de la quinta avenida y el Parque Centenario. Antiguamente no existía esa extensión de la quinta avenida, y en su lugar se levantaba un hermoso arco de entrada al complejo administrativo, coronado con las armas de la república, que fue destruido por los terremotos de 1917-1918.

2 Últimamente se ha venido explicando el término «guanaco» como una denominación de los salvadoreños, originada durante la Guerra Nacional contra los Filibusteros (1856-1857), porque los militares salvadoreños solían discutir y tomar sus decisiones a la sombra de los frondosos árboles de Guanacaste, propios de las zonas tórridas de Centroamérica. El apunte de Wilson, hecho en 1825 y publicado en Londres en 1829, viene a invalidar esta explicación.