Narración de una visita oficial a Guatemala, viniendo de México, en 1825. George Alexander Thompson (III).
-I- Las actuaciones oficiales
Alexander Thompson, después de visitar la villa de Amatitlán para unas fiestas a las que fue invitado por su anfitriona, regresa a la ciudad de Guatemala y retoma sus actividades oficiales como delegado del servicio de exterior británico, para estudiar la situación de la naciente República Federal de Centro América. Para ello, visita al mítico José Cecilio del Valle, quien había participado como candidato a la presidencia federal, pero en uno de los chanchullos propios de los países tropicales le fue robada la elección para otorgársela a su contrincante, el salvadoreño general Manuel José Arce. Esta costumbre del fraude electoral, que se inauguró al mismo momento que lo hizo la misma república, se convertiría en los siglos posteriores en una dolorosa costumbre.
En un tono suave, pero reprobatorio, Thompson relata el asunto en su recuento del viaje:
(…) Esta elección se hace por una mayoría de cuarenta y dos votos populares emitidos por colegios electorales que representan cada uno 15,000 almas. Como es natural suponerlo, por tratarse de un asunto de esta índole, hubo en él mucho interés y algunas maniobras. Se suponía que Valle era el favorito del pueblo y el hecho es que cuando se hizo la elección tuvo cuarenta y un votos, faltándole solamente uno para la necesaria mayoría. Arce sólo obtuvo treinta y cuatro. Siendo así que ninguno de los dos tenía la mayoría establecida por el Congreso, a éste correspondió hacer la elección y la preferencia oligárquica le fue dada a Arce, el cual resultó electo por diez y siete votos contra seis…
El asunto había sido en realidad una manipulación de la norma electoral, que establecía que quien se llevaba la mayoría de votos se llevaba la elección, pero al momento del recuento hacían falta aún los de tres distritos, entre ellos el remoto de Petén, y para no aceptar la victoria de Valle, de quienes algunos desconfiaban por su carácter serio y reflexivo (algunos lo calificaban de arrogante y necio), alegaron que la norma debía interpretarse en el sentido de que la mayoría se ganaba con respecto a la de la totalidad de los votos electorales y no de la mayoría de votos emitidos. Así, el triunfo le fue arrancado de las manos y en elección interna del Congreso fue electo Arce, quien tranquilizaba a algunos por ser militar y porque se le adjudicaba un carácter más conciliador. La historia demostraría más pronto que tarde que la elección de Arce resultó en un conflicto que terminó por detonar la primera guerra civil en la región, cuando entró en pugna directa con las autoridades del Estado de Guatemala.
Pero esto sería en el futuro, ya cuando Thompson estaba de regreso en su natal Inglaterra, presentando su informe. Al momento de recorrer las calles de la pequeña capital federal, describió al presidente Arce en estos elogiosos términos: «(…) Tiene un carácter suave y reflexivo, un talento despejado y penetrante, y es estimado y respetado hasta por los que difieren de él en política»; al momento Arce también gozada de mucha consideración por haber sido uno de los primeros próceres de la independencia centroamericana, al encabezar el motín de San Salvador en 1811.
El relato de Thompson es una mina de información de detalle de la vida política de la recién fundada república, pues también visitó a los miembros de la Corte Suprema de Justicia federal, el primer intento de un sistema judicial independiente, inspirado claramente en el sistema jurídico norteamericano, que quitó las facultades judiciales al ejecutivo. Al respecto de este cuerpo apuntó: «Los miembros de la Corte Suprema de Justicia eran Tomás O´Horan, presidente y uno de los triunviros que antes formaban el Poder Ejecutivo; D. Marcial Zebadúa, exsecretario de Estado y ahora enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en la Gran Bretaña; Antonio Rivera Cabezas, decano; Justo Herrera y Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, fiscal…». De esta escueta enunciación de los miembros del Organismo Judicial se desprenden dos conclusiones: la primera, que Thompson, pese a haber partido hacia Inglaterra, le seguía el pulso a las incidencias de la joven república, pues anota que Zebadúa había sido al momento de escribirse su recuento, como diplomático a Inglaterra; y la segunda, que los primeros hombres que ayudaron a crear las instituciones republicanas eran ciudadanos ilustres y en general bien preparados, que ya tenían cierta experiencia en los asuntos públicos, por haber participado de una forma u otra en la declaración de independencia.
Thompson sorprende por su aguda inteligencia y por la conciencia del valor de sus notas y su recuento de la visita a Centro América, pues apunta también:
(…) Los miembros del Senado eran D. Mariano Beltranena, Presidente, y Vicepresidente de la República; Isidro Méndez [Meléndez en realidad]; Juan Esteban Milla; José Jerónimo Zelaya; Alcayazu, eclesiástico; [José Francisco] Barrundia, opositor del Presidente en política (…); Alvarado, eclesiástico y Hernández. En el apéndice se encontrará una lista de los Diputados del Congreso. Al escribir la futura historia de la República y relatar lo que le reserva el destino, será un documento al cual se podrá hacer referencia con interés y agrado. ¿Qué no daría algún bibliómano anticuario por un catálogo de los primeros estadistas que «dieron las leyes del pequeño Senado de Roma?»…
Apunta el viajero que durante su estadía se celebró con gran participación de los habitantes de la capital la festividad religiosa del Corpus Christi, y aunque no es el deseo nuestro transcribir el relato completo de su viaje, sino tan solo despertar la curiosidad del lector para continuar su lectura del original, sí queremos seguir llamando la atención de los datos que nos parecen sobresalientes de esa estadía, como, por ejemplo, que fue invitado para esa festividad a acompañar a la familia del Marqués de Aycinena, en su casa ubicada en una de las esquinas de la Plaza Mayor, y desde cuyas ventanas abiertas pudo contemplar el paso de la procesión.
-II- La cuestión del canal de Nicaragua
De regreso en sus actividades oficiales, Thompson conoció a un Mr. Bayley, representante de la casa Barclay and Co., quien hacía lobbying en el Congreso del Estado de Guatemala para que les fuera concesionada la construcción de un camino que, partiendo de la capital, conectaría con Antigua Guatemala y luego hacia el sur, hasta el océano Pacífico. Llama la atención que el plano del mencionado camino, de 86 millas de extensión, había sido diseñado por un religioso, el padre Dighero, a quien conoció personalmente y le compartió un juego de planos del mismo. El mismo religioso le comentó a Thompson que la casa mencionada estaba negociando también la construcción del famoso canal que comunicaría los dos océanos a través de Nicaragua, antes de que se pensara en Panamá.
Cabe mencionar que por esa fecha los británicos no eran los únicos interesados en la construcción del canal, pues el rey de los Países Bajos había enviado a un emisario para negociar su participación (sospecho que era Haefkens, a quien reseñaremos también en este espacio); y los estadounidenses, presentes en las personas del coronel Charles Bourke y Mr. Mathew Llanos, quienes incluso habían enviado, en diciembre de 1824, una misión técnica de ingenieros y topógrafos para levantar los planos del terreno, del lago de Nicaragua y del río de San Juan. Estos empresarios norteamericanos, narra Thompson, habían pretendido del gobierno federal que, a cambio de esa misión técnica, el Congreso les concediera la exclusividad de la ejecución de la obra y su posterior operación. La propuesta era la siguiente:
(…) Las condiciones propuestas eran dar al Gobierno, por el privilegio exclusivo de la navegación, el veinte por ciento del producto anual de los derechos que debían pagar los barcos que transitasen por el canal, y después de vencido el término (el cual no se fija), la obra debía pasar a ser propiedad del Gobierno. Los proponentes pedían: 1.-Un privilegio exclusivo para la empresa; 2.- El privilegio exclusivo de navegar con vapores en los ríos y aguas de las tres provincias, hasta el lago en que debía abrirse el canal; 3.- El permiso de cortar maderas en dicha provincia; 4.- La exención de derechos de aduana sobre los artículos importados por cuenta de la compañía hasta la terminación del canal…
El gobierno federal no se dejó llevar por los cantos de sirena de los estadounidenses, porque el Congreso emitió, el 16 de junio de 1825, un decreto elevado desde el Senado, según la fórmula bicameral, en la que ofrecía a quien deseara asumir la aventura de construir el canal reconocer los costos de la obra como deuda pública, «debiendo aplicarse los derechos de tránsito al pago del capital invertido y de sus intereses, deduciendo antes los gastos de reparación que necesite dicho canal, los del cobro de los derechos y los de una guarnición para su defensa. La navegación debía ser libre para todas las naciones amigas o neutrales, sin ningún privilegio o exclusión», en un moderno modelo que está muy en boga al día de hoy en las famosas empresas público-privadas. Llama la atención que los problemas del Estado siguen siendo los mismos a doscientos años de vida independiente, con una falta crónica de recursos para emprender la construcción de obra pública y la necesidad de involucrar al sector privado para que las asuma, bajo las mejores condiciones para atraerlo, pero queriendo mantener la libre competencia. El modelo liberal alrededor del cual se había organizado la Republica Federal se refleja en este innovador modelo de ejecución de obra pública. Curiosamente, en ese lejano año de 1825 fueron los holandeses los que decidieron arriesgarse con tal modelo, sin que sepamos cómo paró la aventura, sino únicamente que a ellos les siguieron los ingleses, los franceses y la lograron consumar los estadounidenses, pero más al sur, en el estrechamiento de Panamá.
El tema del canal interoceánico es importante para comprender mejor la historia de nuestros países, pues la construcción del canal se propuso inicialmente pensando en varios puntos, incluso cortando México por el istmo de Tehuantepec; por Nicaragua, aprovechando la navegación del río San Juan y las aguas del gran lago de Nicaragua; y finalmente el corte por el istmo de Panamá, termiando por inaugurarse la obra noventa años después de que Thompson le pusiera atención en sus notas. Al lector interesado en el tema se le recomienda la lectura de las dos obras sobre Nicaragua que escribió el estadounidense Ephraim George Squier, quien se estableció en el país desde 1849 y lo recorrió palmo a palmo, dejando dos títulos imprescindibles: Nicaragua: su gente, escenario, monumentos y la propuesta de canal interoceánico y Nicaragua de océano a océano, de 1852 y 1860 respectivamente; y las obras de los franceses Lucien Napoleón Bonaparte Wyse, Canal de Panamá (1886) y de Armand Reclus Exploraciones a los istmos de Panamá y de Darién en 1876, 1877 y 1878, todos disponibles en excelentes ediciones en español, y que permiten comprender mejor el papel de Centro América en las luchas por el dominio mundial de las grandes potencias durante los siglos XIX y XX.
Te puede interesar:
- « Anterior
- 1
- 2