Banana Paradise. Frances Emery-Waterhouse.
Autor: Rodrigo Fernández Ordoñez
Continuando con los relatos de viajeros extranjeros por nuestro país, hemos decidido dar un gran salto en el tiempo, abandonando la Guatemala de 1825, para abordar un texto publicado en 1947, cuando ya llegaba a su fin la «Era dorada del viaje», que, según algunos autores, va de 1825 a 1955. Eran los tiempos de la navegación transatlántica, cuando el viaje conllevaba riesgos y podía derivar fácilmente en una aventura sorprendente.
El libro que comentaremos en esta ocasión se titula lacónica, pero significativamente, Banana Paradise, de la escritora estadounidense Frances Emery-Waterhouse, quien vino a Guatemala haciéndole compañía a su esposo, un ingeniero agrónomo contratado por la United Fruit Company —UFCO—, para desarrollar las fincas de banano en la región de Tiquisate, de la costa sur. Emery-Waterhouse era originaria del estado de Maine, por lo que el contraste con nuestro país la maravilla desde el primer contacto, y le inspira un volumen hermoso sobre su estadía en el país, en el que la voz narrativa es amigable, comprensiva, curiosa y entusiasta hacia los paisajes y las personas que desfilan ante ella. Debe señalarse que la señora Emery-Waterhouse decidió aprender el español y lo llegó a dominar bastante bien, como para poder colaborar con periódicos y revistas locales durante su permanencia en el país.
El título de su libro representa exactamente cómo se podía percibir la Guatemala de la década de los cuarenta, pues eran los años del auge de inversiones de la frutera que le ganaron el mote local de «el pulpo», y que la avispada viajera capta desde el momento mismo en que el barco en el que viaja se acerca al muelle de Puerto Barrios:
The dock is a fruit company dock. A great banana train has been run right out to the tip-end where a fruit company boat is being loaded with green bananas (…) A big double decker hotel dominates the waterfront at Barrios. It houses transient employees of the fruit company, tourists, the Tropical Radio, business offices of the fruit company, a social club and a barber shop. It is fruit company. This fruit company is one of substance. I have seen its great offices and docks in New York and Boston, have traveled luxuriously on one of these fine boats and stopped off at its hotel in Jamaica, without a doubt the loveliest hotel of the American Tropics. It has been told me, voz baja, that the railroad of Guatemala is controlled by this company…
Sin duda la autora es una sagaz observadora y comprende que un poco de misterio nunca está de más en los libros de viajes. Por eso pone eso de «voz baja» sobre la propiedad de la International Railway of Central America —IRCA—, que de hecho era poseedora de los derechos de operación y explotación del Ferrocarril del Norte desde 1908, cuando el entonces presidente Manuel Estrada Cabrera les otorgó una amplia concesión para que, a cambio, terminaran la línea pendiente entre El Rancho y la ciudad de Guatemala, unos noventa kilómetros de vía férrea aproximadamente. De hecho, la llegada de la UFCO a Guatemala ocurrió al revés que en el resto de países de la cuenca del mar Caribe, pues aquí primero se operó el ferrocarril y luego se crearon las fincas de banano, bordeando las vías, gracias a una generosa concesión de tierras que se les dio como «derecho de vía», para garantizar el mantenimiento del tren. La compañía estadounidense, beneficiada con la concesión del ferrocarril, se convirtió en la IRCA, operadora de la vía férrea, muelles, bodegas y almacenes de depósito, y que poco a poco fue adquiriendo las otras líneas del tren que operaban en Guatemala. Posteriormente, la IRCA pasó a ser compañía subsidiaria de la UFCO.
Entonces el banano era un negocio del que dependía no solo Puerto Barrios, sino una gran parte de la economía del país, pues en la ciudad de Guatemala había oficinas y un hotel de la frutera, y la misma compañía había adquirido una concesión de telégrafos para su «All American Cable», subsidiaria también de la UFCO. Desde la cubierta del barco en el que llega a Guatemala resulta evidente esta posición dominante del banano para la economía del país: «Even while the big boat moves quietly and unassisted in toward the big dock, it is plain to be seen that this is a banana republic. One hundred boats are in constant transit, sailing out of Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá and Costa Rica, carrying bananas to the four corners of the world. The sea water around Barrios is cluttered with the flotsam of imperfect bananas, called “rejects”…».
Al desembarcar en el bullicioso puerto, la viajera toma nota de la gran movilidad de población que ha incentivado el comercio del banano, pues muchos de los trabajadores que observa estibando la fruta en los barcos, cargando los racimos en los patios de carga y descargando los vagones, son negros procedentes principalmente de Jamaica. El ambiente del puerto habrá sido febril, el calor lleno del dulce aroma del banano y del salado olor del sudor de los hombres que van y vienen incansablemente en la eterna operación de la llevada del fruto a las panzas refrigeradas de los barcos. Al respecto de esta vida en los puertos y las fincas bananeras, nos permitimos recomendar la magnífica novela de Miguel Ángel Asturias, El papa verde, y la novela del costarricense Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai, sin olvidar que ambas novelas son textos de denuncia y con una pesada carga expresamente de denuncia social y política antinorteamericana.
La autora viaja, recordemos, acompañando a su esposo, funcionario de la frutera. Conviene no olvidarlo, porque su experiencia en el país estará condicionada por los privilegios que gozaban los empleados de la UFCO en estos territorios tropicales; privilegios que pretendían compensar el hecho de trabajar fuera de los Estados Unidos. La pareja se hospedaba en el Hotel del Norte de Puerto Barrios, y para refrescarse visitaban, a continuación de haberse instalado en el hotel el Club Barrios, un club nocturno exclusivo para los americanos empleados de la frutera. Es en este ambiente de exclusividad extranjera, en un país tropical, donde transcurre la trama de la famosa película de 1953, El salario del miedo, producción francoitaliana, dirigida por Henri-Georges Clouzot, basada en la novela homónima de Georges Arnaud, y publicada en 1950. Durante esta cinta reluce una frase premonitoria de lo que habría de suceder tan solo un año después de su estreno en las pantallas del cine europeo: uno de los protagonistas presume de los lugares que conoce en Latinoamérica y la conversación deriva de las condiciones de trabajo en las fincas de banano, cuando comenta enigmáticamente: «Guatemala no existe. Lo sé porque yo he estado allí». Este ambiente de americanos encerrados en su burbuja de exclusividad también lo encontramos en una cinta más famosa: «Tener o no tener», de 1944, protagonizada por Humphrey Bogart y una hermosa y radiante Lauren Bacall, que arranca en un bar de Martinica.
El viaje de la pareja de estadounidenses transcurre durante la dictadura de Jorge Ubico. Aunque el libro no se publica hasta 1947, presumimos que la carestía de papel en los Estados Unidos, por la Segunda Guerra Mundial, pospuso significativamente su publicación, además de que la edición cuenta con dibujos a tinta, de la propia autora, a la cabeza de cada capítulo, lo que también pudo significar un retraso en la publicación del volumen. Sobre su paso por la población de El Rancho, observa: «It is a colorful town of fair winding streets and lavender hills. A white dirt road leaves the center of the town and meanders away up into the Department of Verapaz (…) There are skilled workers in silver among Verapaz Germans. Fortunate indeed is he who brings back examples of this work from a Guatemala trip…». Este apunte relativo a la plata resulta sumamente interesante, pues al día de hoy la joyería de plata trabajada en Alta Verapaz es muy cotizada en los mercados locales y considerada una artesanía de alta calidad por su minucioso trabajo.
El viaje tuvo que ser anterior a 1944, pues fue en ese año cuando el gobierno del presidente Ubico fue forzado por el estadounidense a tomar medidas contra la extensa colonia alemana en el país, llegando incluso a deportar a unos 800 ciudadanos alemanes rumbo a los campos de concentración que se construyeron para el efecto en el desierto de Arizona. La historiadora Regina Wagner, en su interesante libro Los alemanes en Guatemala, aborda con mucho detalle esta época difícil. Podríamos decir entonces que tiene sentido ubicar el viaje allá por 1941 o 1942, cuando las manifestaciones germanófilas eran permitidas dentro de un grado de tolerancia, pero sin pasarse de la raya, pues la autora apunta: «One of the largest hotels in Guatemala City was the scene of great Nazi activity a while back. Over foaming glasses of beer, many where the toasts raised to the slender Germans rogue with the moustache. Perhaps the toasts were spoken too loudly. Anyway, they came to the ears of El Presidente. Promptly shut down was the German-managed hotel…».
El tren se aproxima a la ciudad de Guatemala y debe cruzar el viaducto de Las Vacas, que aún hoy se levanta sobre el lecho del río del mismo nombre. Su estructura de hierro, aparentemente endeble, hace temer a la autora un desastre, o quizá solo era un detalle inventado para darle dramatismo a su relato. De todas formas, anota que el tren, antes de tomar el viaducto, baja significativamente la velocidad, y es que la estructura de 375 pies salvaba un cañón azotado por vientos fuertes, por lo que debía cruzarse el mismo tomando precauciones. Salvado el tramo, el tren se adentra al área urbana de la ciudad de Guatemala, por lo que actualmente es la zona cinco de la ciudad, y los viajeros llegan sanos y salvos a la capital, siete horas después de su salida de Puerto Barrios.
La ciudad impresiona de forma positiva a la viajera, que apunta: «Guatemala City is called the cleanest city in the world. The statement seems apt; it is as clean as a spring puppy. To be believed, it has to been seen…», recordándonos que en una época nuestra capital se enorgullecía del mote de «la tacita de plata», por su inmaculada limpieza. La gran dominancia del capital norteamericano en la economía guatemalteca resulta evidente al salir de la estación en busca de un taxi que los lleve al hotel. La viajera registra los negocios locales alrededor de la plaza barrios, como The Love Beer Parlour, The Happy Paradise Barber Shop y Enchanted Valley Plumbing Works. Una vez instalados en el Hotel Royal Palace, la pareja se integra a la vida de la ciudad: «Sixth Avenue is a happy life in miniature; it is a pageant where each role is a little entity…».
El viaje de la pareja continúa rumbo al sur, después de unos días de descanso reparador en la capital, disfrutando de sus comodidades. Se establecen en la zona de Siquinalá, departamento de Escuintla, en una aldea llamada Signican, aunque me inclino a pensar que consignó el nombre de Siquinalá, tal y como lo escuchó y trató de apuntarlo fonéticamente. De cualquier forma, Signican aparece indistintamente en el texto como una aldea y la finca donde trabaja su esposo, estudiando las plantaciones y buscando fórmulas de mejoramiento del cultivo del banano. Allí, Frances nos traslada datos interesantes sobre el cultivo del fruto, anotando que el primer fruto de la cosecha se obtiene apenas once meses después de sembrada la planta. La cosecha se cargaba en vagones de hierro, cuyo piso estaba forrado por hojas de banano para no dañar los racimos de frutos durante el traslado. Cada vagón tenía entonces la capacidad de trasladar entre doscientos setenta y cinco y doscientos ochenta y cinco racimos de banano, y cada tren estaba compuesto por cuarenta y cinco vagones.
Pero no todo es trabajo para la autora, y se permite con su esposo largas e interesantes exploraciones por el interior del país, como un viaje hacia Alta Verapaz, que a ella le atraía mucho, a juzgar por sus apuntes, y durante el cual busca orquídeas en sus bosques nubosos; o un viaje a Quetzaltenango. Durante estos viajes, Frances destaca la constante presencia de elementos de la policía y del ejército aun en las poblaciones más remotas, así como el respeto y autoridad de que estaba revestida la figura del jefe político departamental, como representante en la plaza, del general presidente Jorge Ubico.
En su visita a Quetzaltenango, donde se hospedó en la Pensión de la Rosa, todo da lugar a románticas ensoñaciones, pues nos deja esta hermosa descripción: «Quetzaltenango is a delight of the senses. It is a city clocked back to the romance and mystery of ages past. The city rises sharply toward the seething crater of Santa María. The buildings are of stone, massive and compact. During the rainy season the streets are often flooded, and at intervals portable bridges connect two sidewalks. Deep impressions have worn into the gray stone by the passing of centuries of bare feet…». Resulta interesante imaginar el impacto de estas palabras para los estadounidenses que la leyeron en su momento en ciudades tan ajenas a la ciudad altense, como Boston o San Luis, porque este pequeño párrafo realmente tiene el efecto de detener el tiempo y trasladarnos a una ciudad silenciosa, perdida entre montañas de color esmeralda.
Vale definitivamente la pena leer el libro de Frances Emery-Waterhouse, y como es de escasa circulación puede consultarse un ejemplar en la Biblioteca Ludwig von Mises, de la Universidad Francisco Marroquín, llenando previamente un formulario para acceder a las colecciones especiales, pues el hermoso volumen pertenece a la colección Wilson Popenoe, y está guardado en esta querida institución. Quedan invitados a sumergirse en una narración inteligente y entusiasta sobre una Guatemala con la que ya solo podemos soñar.
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