Breve memoria de la vida de James Wilson durante su residencia en Guatemala en 1825 (II).
Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez
La llegada a Guatemala
La puerta de entrada a las Provincias Unidas del Centro de América fue el establecimiento británico de Belice. Resulta interesante la acuciosidad de James Wilson, que busca explicar el origen del nombre del establecimiento comercial, diciendo: «… se supone que Belice derivó su nombre de uno de sus principales del nombre de Wallace, quien primero descubrió la boca del río Belice y que le hizo el lugar de su asiento y fue motivo de gran terror a los españoles quienes pronuncian y escriben Walliz. Los habitantes ingleses por corrupción lo han transformado en Belice».
Ante un libro fascinante como lo es este que estamos reseñando, se tienen la tentación de citar en demasía o prácticamente de trascribirlo, pero el lector sabrá disculpar la tentación de recurrir continuamente al texto, y solo glosarlo de ser necesario. Como Wilson tiene ojos de extranjero, resulta natural que su atención por el detalle resalte frente a los habitantes residentes en la república, que por razones completamente naturales dan por hecho la realidad que los rodea. Wilson tiene a su favor el asombro del extranjero.
Su asombro es nuestra ganancia, pues abunda en datos que a más de cien años de distancia nos ayudan a comprender la vida en nuestra Guatemala en esos años en que apenas empezaba el país a andar su camino independiente. Incluso ciertas sutilezas saltan a sus ojos, denotando que el autor es también un buen observador o buen escucha: «El corte de palo de tinte fue la ocupación de los primeros moradores, pero conforme el palo de tinte llegó a ser menos valioso, dirigieron su atención al corte de caoba». Wilson, que tiene una misión comercial que cumplir en Guatemala, no es ajeno a los cambios económicos que fueron condicionando las posibilidades de la recién nacida república. En 1825 todavía se sentían los efectos de la caída de los precios del palo de tinte y del añil, gracias a la irrupción de Venezuela en estos mercados.
Belice, avanzada comercial del imperio británico en la cuenca del Caribe, fue convirtiéndose en el puerto más importante para el Estado de Guatemala. Es cierto que los puertos hondureños de Omoa y Trujillo también prestaban importantes servicios al Estado, pero el enclave británico fue cobrando mayor importancia en la medida en que agentes comerciales como el mismo Wilson fueron estableciendo sucursales en Guatemala de las casas comerciales británicas. Wilson toma nota de la importancia del puerto:
Belice se ha vuelto ahora en un lugar de considerable importancia comercial para Inglaterra, no solo por su propio consumo interno de nuestra manufactura y de su exportación de caoba y palo en tinto (cuyos derechos en Inglaterra dejan una hermosa suma a la tesorería), además de dar empleo anualmente a cerca de 18,000 toneladas de naves y cerca de 1,000 marinos, pero también se ha vuelto una bodega para la venta de nuestras manufacturas para el suministro de los estados vecinos de la América Central…
La creciente importancia de este puerto había venido a cambiar las dinámicas comerciales de la República Federal de Centroamérica, pues en sus muelles y bodegas se estaban concentrando los bienes que se traían desde Inglaterra y las materias primas que se remitían para Europa. Al respecto explica el viajero: «… Este comercio se lleva a cabo por mar con Truxillo, Omoa y el Golfo Dulce, y muchos de los comerciantes españoles de Guatemala y de las provincias del interior vienen periódicamente a Belice a hacer sus compras que muchas veces son muy grandes. De esta manera el capital inglés y la industria inglesa encuentran utilización y nuestras manufacturas van llegando a todos los estados de la federación y aún a otros reinos…». Cabe recordar en este punto que el Estado de Guatemala carecía de un puerto de aguas profundas en la costa del mar Caribe, y su puerto Izabal, en el interior del lago homónimo, no llenaba ni de lejos las condiciones de un puerto adecuado para el comercio intensivo. Para liberar a Guatemala de su dependencia de puertos ajenos al Estado, el gobierno del doctor Mariano Gálvez habilitó a la antigua población de La Buga para funcionar como puerto de intercambio comercial bajo el nuevo nombre de Livingston, unos años después de la visita de Wilson.
Wilson resulta sin querer siendo testigo de la precaria situación económica en Centroamérica. Tras la caída de los precios del añil, en la última década del siglo XVIII, el Reino de Guatemala había estado luchando en contra de la crisis económica, buscando un nuevo producto que lograra posicionar en los mercados europeos, descubriendo que la cochinilla (grana) servía para tal propósito. Sin embargo, la zona de producción de la cochinilla resultó ser mucho menor que lo que la tendencia al monocultivo aconsejaba. La cuestión limitante era inevitable: el clima condicionaba el desarrollo adecuado de las nopaleras, hábitat del cochinillo que produce el tinte por maceración. Es decir que la zona adecuada para producir cochinilla estaba delimitada a una zona geográfica específica cuya frontera invisible era la humedad y la temperatura. Así, para Guatemala fue una zona específica del altiplano central la que fue considerada ideal para la producción de cochinilla, siendo los departamentos de Guatemala, Sacatepéquez y Amatitlán los bendecidos por la geografía.
Políticamente esta determinación restrictiva de la zona de producción tuvo efectos políticos, sin quererlo conscientemente. Tras la reducción de la zona de producción a cierta área reducida, se fue creando en Guatemala una condición de centro-periferia, en la que las zonas ajenas a la producción de cochinilla se vuelven sitios de segunda importancia para el poder político. Como no producen el producto destinado para la exportación, que representa recursos económicos para el Estado, a través del cobro de aranceles de exportación, las zonas ajenas a la cochinilla buscan hacerse un lugar dentro de esa economía enfocada a la exportación. Como no pueden producir cochinilla por estar fuera del círculo invisible de condiciones idóneas para dicha actividad, se dedican a abastecer de otros productos a la zona principal, gravitando como satélites dependientes de la riqueza que se produce en el centro.
Sin embargo, al momento en que el autor desembarca en Belice la actividad económica del territorio iba viento en popa. El viajero británico desembarca en el enclave el 11 de marzo de 1825, e inicia de inmediato los preparativos para viajar a la ciudad de Guatemala. Mientras tanto, es testigo de la febril actividad económica del territorio:
El territorio que ahora prácticamente detienen los ingleses ocupa una línea al lado de la costa del mar, como de doscientas cincuenta millas desde la frontera de la república mexicana hasta el río Sarstún donde comienza el Estado de Guatemala, y abunda en toda su extensión de caoba y el palo de tinte que se corta y se despacha arrastrándolo hasta los lechos de los ríos en la estación seca y después es bajado por las inundaciones periódicas y embarcado a Inglaterra y otros países.
El viaje hacia Guatemala inicia el 4 de mayo, embarcándose en la goleta Mayflower, con destino al puerto de Izabal. Llama la atención que Wilson apunta que como escolta se despacha una «chalupa de guerra», con diez hombres a bordo y dos oficiales de la marina británica para acompañarlos en una fase del viaje. La razón de esta medida era la piratería, una actividad criminal que había vuelto a despertarse en las aguas del mar Caribe. Meses antes de zarpar la Mayflower hacia Guatemala, en las mismas aguas había sido abordada la goleta Springfield, y el capitán y todos sus tripulantes asesinados por piratas que asaltaron la nave. La situación entonces era seria. El día 6 de mayo, en la madrugada, la goleta ancló fuera de la barra del río Dulce, pero encalló. El párrafo siguiente tiene notas dramáticas, que rozan el relato de aventuras: «… vimos de lejos una goleta que venía en la dirección que estábamos nosotros y cuando se nos acercó nos dimos cuenta de que era el George Angas. Subimos a ella en el barco de guerra…». Finalmente, sin novedades mayores, el 8 de mayo, a las 3 de la tarde, llegaron al puerto de Izabal, que entonces no era más que un cúmulo de treinta chozas; en palabras de Wilson el sitio es descorazonador: «un hoyo miserable sin ninguna señal de cultivos».
El puerto lacustre de Izabal estaba asentado al pie de la sierra del Mico, que era preciso cruzar hasta la otra falda, transversalmente, para llegar al valle del río Motagua y poder llegar a la ciudad de Guatemala. Desde el pie de la montaña, el panorama era intimidante:
El tiempo era favorable para enfrentarse a los horrores de la muy temida montaña de Izabal. Mucho he oído de lo malo del camino en esta parte de nuestra ruta, aunque lo que se cuenta es casi suficiente para desanimar a cualquiera de tal viaje, sin embargo, se queda corto ante la realidad. Es imposible para una persona formarse una idea correcta de este camino si no es de la observación real. En la estación de lluvia, debe ser terrible; después de una jornada fatigosa llegamos a Mico como veinte minutos después de las 3:00 p.m. Este lugar se compone de cerca de una docena de pobres chozas, esparcidas a alguna distancia unas de otras…
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