Breve memoria de la vida de James Wilson durante su residencia en Guatemala en 1825 (I).
Autor: Rodrigo Fernández Ordóñez
-I- El primer viaje a América
El recuento de James Wilson es el más antiguo del que tenemos noticia sobre las experiencias de un extranjero en Guatemala durante el siglo XIX. Los relatos de viajeros anteriores son escasos; de momento solo conocemos el de Thomas Gage, de quien ya nos ocupamos antes, sobre todo porque, durante la administración colonial, los viajes al Reino de Guatemala estaban restringidos, y no solo legalmente, sino que hasta las condiciones físicas del viaje desanimaban muy fácilmente a quien se hubiera impuesto la tarea de viajar a tan remoto territorio solo por curiosidad. La ausencia de puertos en las extensas costas del reino era quizá el problema práctico principal que había que superar. Normalmente el Reino de Guatemala había utilizado como puertos los emplazamientos de Omoa y Trujillo, en la actual Honduras, pero la provincia de Guatemala no logró habilitar puerto marítimo alguno, contando solo con una instalación para la recepción de bienes y personas en Puerto Bodegas, sobre las aguas del lago de Izabal, la actual población de Mariscos.
Conforme el comercio fue creciendo y ya en su vida independiente, Guatemala pasó a depender de Belice, sobre todo cuando afloraron los rencores entre los países centroamericanos al disolverse la federación, y las relaciones con Honduras se volvieron distantes o más cercanas de forma intermitente. De los recuentos de los viajeros, que se preocuparon por dejar registros de su paso por ese rincón remoto del mundo, vemos que algunos ingresan por Belice, mientras otros utilizan la vía de Trujillo y Omoa. En todo caso, la puerta de entrada al país ya estaba, por decirlo de alguna forma, resguardada por la geografía, dificultando la llegada de visitantes.
Wilson nos regala entonces un interesante relato de este viaje de llegada a Guatemala, con todos sus inconvenientes y todas sus bellas sorpresas, sobre todo las naturales, que tenían que impactar de forma muy fuerte, sobre todo a los que venían de la Europa del norte. James Wilson, nacido en Escocia en 1793, no era ajeno a la aventura y a los riesgos que implicaban los viajes por mar a destinos distantes. Hijo de un marinero, desaparecido durante un naufragio en las costas de Textel, sabía que los viajes eran aventuras cuyo retorno resultaba incierto. De todas formas, dicho sea de paso, la vida de Wilson había sido a veces azarosa en tierra firme. Al morir el padre, la madre, incapaz de seguir manteniendo al hijo, lo entrega al hospital de huérfanos de Edinburgo, donde viviría y estudiaría el autor.
Wilson resulta ser un hombre religioso, cuya inclinación espiritual se nota a lo largo de su relato del viaje a Guatemala, sobre todo cuando su intolerancia hacia los ritos católicos lo incomodan; no obstante, en la mayoría de sus comentarios trata de permanecer ecuánime, aunque distante, en relación con lo que observa. En 1816, en compañía de un amigo, ingresa a la iglesia The Kirk, una secta presbiteriana, curiosamente imbuida de un radical anticatolicismo. En la introducción del relato, su editor describe a Wilson con este retrato hablado: «… Continuaba leyendo su Biblia con diligencia y cuidado, pero había abandonado todos los demás libros religiosos. De manera que así se mantenía distante de cualquier profesión abierta y pública de cristianismo; sin embargo, su carácter parecía ser tal como el que debía adornar a los cristianos. Era un hijo atento, un hermano afectuoso y un amigo sincero, honrado en todos sus tratos y recto en toda su conducta».
El carácter de Wilson, quizá predispuesto genéticamente por el padre marino, es de naturaleza inquieta. Al poco de hacerse miembro de la iglesia The Kirk decide establecerse como pionero en el nuevo mundo, para lo que escoge un joven de Estados Unidos. Para iniciar su nueva vida, el 18 de agosto de 1820, se embarca junto con un amigo, a bordo de un paquebote de vapor en el puerto de Newhaven, hacia Grangemouth, y de allí al puerto de Greenock, en el que finalmente parte hacia Filadelfia. Permanecen en Filadelfia solo el tiempo necesario para avituallarse y poder seguir su camino. El 26 de octubre salen rumbo a Pittsburgh, cruzando las montañas Allegany, tratando de no perder la carreta que conducían. Llegados a Pittsburgh compran una barca para bajar la corriente del río Ohio, rumbo a Cincinnati, pues en una localidad cercana se habrían de establecer para iniciar sus trabajos agrícolas.
Su biógrafo lo explica así:
Tal como muchos emigrantes tenía muchas visiones de esta hermosa tierra y la esperanza y la ilusión le decían mucho de lo que esperaba ver y disfrutar. Ahora la visión se había ido y con ella sus compañeros y la verdad estaban ante él tomando su atención. En algún grado había comenzado a participar del descontento antes de salir de Escocia y había casi llegado a la conclusión que la prosperidad había cesado de premiar la industria en su país nativo. Pero la nueva escena que estaba frente a él era la realidad: mirando a su alrededor veía unos cuantos acres de tierra que había que descombrar y al decir esto su visión se limitaba por las puntas de los árboles y arco azul del cielo.
Durante la primera noche en Vevay, rodeado totalmente de un bosque virgen, alojado en una cabaña de troncos, Wilson se plantea si habría sido buena idea emigrar como colono. Si de noche lo asaltaron las dudas sobre su futuro trabajo, el día siguiente se encargó de despejarlas: «El siguiente día comenzó sus operaciones de derribar, pero prontamente se dio cuenta, o creyó darse cuenta de que esto no resultaría, por lo que él y un hombre joven con quien tenía la intención de cultivar el suelo determinaron abandonar el proyecto y regresar a Escocia». Hombre de armas tomar, Wilson navega nuevamente por el río Ohio aguas arriba de regreso a Cincinnati, donde se emplea como miembro de la tripulación de los barcos que partían de Natchez, donde permanece haciendo recorridos por el mismo río, imaginamos que ahorrando lo necesario para poder regresar a su natal Escocia. Finalmente se embarca en Natchez en el vapor Columbus, rumbo a Nueva Orleans, donde permanecerá unos meses buscando trabajo; sin embargo, el único que le llega es el de capataz de esclavos negros en una plantación de algodón cercana, oferta esta que rechaza escandalizado. Apunta Wilson en su diario: «En Nueva Orleans pasé siete días, durante los cuales me entretuve paseando en la población, observando sus edificios y las maneras y costumbres de sus habitantes que principalmente son franceses y también lo es el idioma. Casi todos los letreros y avisos se imprimen en francés con una traducción inglesa». Por fin, el 22 de marzo parte hacia Baltimore, con destino final a Edimburgo, pasando por Liverpool y Glasgow.
-II- El viaje hacia Guatemala
Durante la búsqueda de un nuevo trabajo, un amigo de la iglesia, Mr. Lean, le hace una tentadora oferta: ser el representante de una casa comercial de Londres en la ciudad de Guatemala, para entonces, capital de la República Federal de Centroamérica. Imaginamos que el espíritu de aventura volvió a revolotear en el pecho de Wilson, llenándolo de sueños y esperanzas, sobre todo al escuchar tan exótico destino, y acepta. Confesaría Wilson luego en su diario que parte de su entusiasmo se debió a que, planteada la oferta laboral, el amigo «le detalló sus planes y terminó por decirle que quizás serían instrumentos en promover la causa de la Biblia y la educación general en un país supersticioso, poco conocido de los europeos…».
La oferta se concreta finalmente el 20 de agosto de 1824, cuando en su casa de Edimburgo James Wilson recibe una carta de su amigo, en la que se le comunica que deberá acompañar a un socio de la firma londinense, para que aprenda de él la forma como se hacían los negocios en el país. Así Wilson emprende nuevamente un viaje al nuevo mundo, rumbo a un desconocido destino llamado Guatemala. Parten de Edimburgo el 15 de noviembre, llegando a Londres el 21 del mismo mes. El 29 de noviembre se embarcan en Gravesend, en el bergantín William, con destino a la isla de Madeira, como primera escala del viaje. En esa isla debía esperar la llegada del barco Recovery, que lo llevaría a Honduras. Allí se reuniría con su compañero de viaje que no desembarcó en Madeira, sino que siguió hasta Jamaica y Cartagena, a bordo del William.
El relato de Wilson resulta interesante para el lector contemporáneo, pues abunda en descripciones de asuntos cotidianos para él, que se convierten en un deleite para reconstruir la vida de los viajeros en el siglo XIX. Así, por ejemplo, apunta de su arribo a la isla de Madeira, su primera escala del viaje a Guatemala:
Debido a los ligeros vientos fue hasta entrada la noche que llegamos al lugar de anclar y en el momento en que estábamos preparándonos para dejar ir el ancla, un cañón fue disparado de la fortaleza como señal de mantenernos al lado del mar, siendo contrario a los reglamentos del puerto, para que una nave ancle o zarpe después de la caída del sol o antes de su salida. Estábamos, pues, bajo la necesidad de estarnos en la quietud como le llaman los marinos durante la noche. Tan pronto como el día empezó a aclarar de nuevo nos acercamos a tierra y a las once estábamos seguramente anclados frente al poblado como a una milla de la playa. Cerca de una hora después fuimos oficialmente visitados por un barco de la fortaleza y otro de la oficina sanitaria; antes de estas visitas a ninguna nave se le permite tener comunicaciones con la playa.
El viajero permanece varios días en la isla de Madeira, esperando al barco que lo habría de llevar a América. Mientras tanto se distrae haciendo largos paseos por la ciudad y el campo, de los que dejó varias páginas de hermosas descripciones de la gente, las costumbres, la comida y el dramático paisaje. En un momento apunta su rutina: «De las primeras cosas que hago por la mañana es subir a una torrecilla que hay en el centro de la casa y mirar ansiosamente hacia la fortaleza en la cual se despliega una pequeña bandera cuando se percibe una nave abriéndose paso hacia la isla. La localización del fuerte es tal que pueden observarse las naves horas antes de que puedan ser vistas desde Funchal y esas señales producen alguna expectación, hasta que se ve a la nave bordeando la punta y se pueda ver qué pabellón usa».
Finalmente, el 27 de enero de 1825 la goleta Recovery arriba a la isla y el 2 de febrero James Wilson, habiendo terminado todas las gestiones que debía agotar en la isla durante su estancia, se embarca rumbo a Honduras. De su partida deja apuntada la experiencia burocrática, tan ajena para nuestros viajes de aviones a reacción:
… Me embarqué a bordo del Recovery con destino a Honduras. Hoy fuimos visitados por un barco de la fortaleza y otro de la aduana; el objeto de la primera visita es ver que nadie salga de la isla sin un pase y el otro es asegurarse de que la nave está correctamente autorizada. A cualquier nave que tratara de salir, sin recibir antes esta visita, se le dispararía desde la fortaleza y tendría que pagar una suma especificada por el primer disparo y mucho más por el segundo, y así sucesivamente la pena iría aumentando proporcionalmente con cada disparo sucesivo…
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