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Lecciones y guías didácticas

Las voces críticas entre los revolucionarios

Líderes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) posan junto a sus armas durante una conferencia de prensa con medios internacionales, a las afueras de la ciudad de Guatemala. Guatemala, julio de 1981. Fotografía de Robert Nickelsberg/GettyImages.

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«Cuando se fusila sin juicio a un comisionado militar, se está practicando un acto de terrorismo; es cierto, las cifras son desproporcionadas; mientras que el Ejército asesina a 40 personas, los nuestros matan a 3. Esa podría ser la proporción, pero el fondo es el mismo».

José Manuel Fortuny, líder del PGT

Algunas de las críticas más habituales que miembros de las guerrillas hicieron a sus propias organizaciones tuvieron que ver con el profundo autoritarismo que reinaba dentro de las mismas. Estas organizaciones no eran democráticas ni demócratas; es decir, no buscaban la implantación de la democracia en Guatemala, sino la implantación de un modelo socialista totalitario, y esa misma filosofía y forma de organización era la que prevalecía en su interior.

Críticas dentro de los primeros revolucionarios

Dentro de las propias organizaciones radicales de izquierda, surgidas durante el primer intento revolucionario (1962-1974), afloraron voces que expresaron su desacuerdo con algunos planteamientos y estrategias utilizadas por los grupos guerrilleros a los que pertenecían. De entre todas ellas, destacan dos:

  • la voz de José Manuel Fortuny, líder del Partido Guatemalteco del Trabajo ―PGT―; 
  • la voz de Marco Antonio Flores, escritor que formó parte tanto del PGT como de las FAR.

Sus testimonios son de gran importancia para la comprensión del enfrentamiento armado interno de Guatemala, por varias razones. En primer lugar, demuestran la existencia de posturas opuestas dentro de los grupos revolucionarios, que lejos de ser asociaciones de individuos con un pensamiento homogéneo, estaban conformadas por personas que disentían en algunos de los temas más básicos y centrales, lo que en ocasiones generaba verdaderas crisis internas. En segundo lugar, estos testimonios sacan a la luz interesantes debates con respecto a la legitimidad y la moralidad del uso de la violencia que estos grupos hacían. En tercer lugar, los testimonios de Fortuny y de Flores revelan actitudes y prácticas —como la corrupción y el acoso— que estaban presentes y que por la falta de libertad de expresión y el exceso de dogmatismo eran difíciles de combatir desde dentro.

  1. El testimonio de José Manuel Fortuny

En el caso de Fortuny, fue el propio Flores quien, a raíz de una serie de entrevistas, publicó unas memorias que incluían reflexiones de suma importancia. Uno de los temas planteados por Fortuny es la distancia que había entre él y muchos de sus compañeros de lucha con respecto al uso de la violencia como la estrategia más adecuada en el contexto de Guatemala. El escepticismo de Fortuny con respecto a esta vía procedía de que estaba convencido de que no daría ningún resultado: «esa línea en tanto no hubiera apoyo popular y participación popular, estaba condenada al fracaso» (Sequén-Mónchez 2004, 219). Los otros militantes del PGT atribuían la posición de Fortuny al hecho de que había permanecido demasiado tiempo en México, lo que le había desconectado de la situación real de Guatemala:

Vos opináis así porque has vivido muchos años fuera del país, porque no conocéis la situación estando dentro, porque no estás inmerso allí: en ese clima, en ese ambiente, pero ya verás [...] después de dos o tres meses de estar en Guatemala, vas a comprobar que no hay otra salida que la lucha armada; que es perfectamente justa y correcta la guerra revolucionaria que se aprobó en el IV Congreso. (Sequén-Mónchez 2004, 219)

 

Fortuny también nos hace partícipes de la complicada situación por la que el PGT atravesó en torno al año 1971. Su voluntad de colaborar con alguna comisión específica dentro de la organización ―la campesina o la sindical― chocó con la dura realidad. Cuenta cómo Mario Silva Jonama, otra figura de primer orden del PGT, le dijo: «En vez de preguntar en qué área vas a trabajar, yo le recomendaría que aprendiera a sobrevivir; esa es la tarea».

Los retos de Fortuny en su incorporación al partido no acabaron ahí. Él mismo relata otra de las veces en la que se enfrentó al Comité Central con motivo de la paradoja circular en la que estaban inmersos:

El partido le exige al gobierno que cese la represión, que se respeten los derechos de los ciudadanos, que si estamos en una democracia que se respeten las garantías individuales, que se acabe con el estado de sitio, con el estado de emergencia que se ha decretado, pero el gobierno responde que no puede levantar el estado de emergencia en tanto haya guerra. Ahora bien, nosotros no podemos responderle al gobierno que no haya guerra, puesto que ahí está lo aprobado en el IV Congreso: la línea de guerra revolucionaria popular con la meta de alcanzar el poder y desarrollar una revolución democrática, popular, agraria y antiimperialista, que tiene por propósito transformarse en Revolución Socialista. (Sequén-Mónchez 2004, 221)

La crítica se vuelve aún más fuerte cuando compara la gravedad de las muertes causadas por las organizaciones guerrilleras con las del Ejército, dejando ver que las connotaciones morales en ambos casos eran las mismas.

En un momento de la discusión, critiqué el terrorismo y, entre otras cosas, dije que si bien no había término de comparación entre las cifras de las víctimas por parte del gobierno y las víctimas de parte de los grupos armados del Partido, la esencia del hecho era la misma. Cuando se fusila sin juicio a un comisionado militar, se está practicando un acto de terrorismo; es cierto, las cifras son desproporcionadas; mientras que el Ejército asesina a 40 personas, los nuestros matan a 3. Esa podría ser la proporción, pero el fondo es el mismo [negritas añadidas]; prácticas de terror, porque fusilar a un comisionado militar sin juicio, es un asesinato. Se quedaron estupefactos. (Sequén-Mónchez 2004, 223)

Líneas después, Fortuny también es crítico con los métodos de financiación utilizados, que se servían de los secuestros para recaudar cuantiosos rescates. Con el tiempo, y como es lógico suponer por la diferencia entre sus posiciones y las del PGT, Fortuny abandona el partido. El punto de choque que finalmente provoca esta decisión es el intento de censura del Comité Central del PGT en el momento en el que Fortuny, como responsable de dos periódicos encargados de la difusión de las ideas de la organización ―Octubre y Tribuna Popular―, se dispone a publicar un texto crítico titulado «La lucha armada es irreal».

Es posible que la salida del partido y su vuelta al exilio en México le salvaran la vida, pues, no mucho después, el 26 de septiembre de 1972, nueve miembros del Comité Central fueron capturados por las fuerzas de seguridad y nunca fueron encontrados.

  1. El testimonio de Marco Antonio Flores

Otro gran crítico de algunas de las prácticas de los grupos de izquierda del momento fue Marco Antonio Flores, militante de las FAR desde 1962 y miembro también del PGT. A pesar de que tenía interés en la lucha que proponían las organizaciones revolucionarias de izquierda desde sus años de estudiante universitario, pasar de la teoría a la práctica no fue fácil: «cuando pasé a las FAR, donde me tocó trabajar en el campo de la propaganda o en el militar, esto empezó a chocar con mi personalidad» (Sequén-Mónchez 2004, 300).

A pesar de que en sus entrevistas no detalla su experiencia en las FAR, Flores es autor de dos novelas ―Los compañeros y Los muchachos de antes― que, desde el género de ficción, abordan temas reales de las organizaciones revolucionarias en las que participó. Hasta tal punto es así, que se ganó la enemistad de muchos de sus excompañeros, que le consideraron un traidor por desvelar detalles relevantes de las organizaciones revolucionarias. En 1968 abandona las FAR. Explica la principal razón en una entrevista que le hace José Luis Perdomo Orellana en 1996:

Renuncié porque el Partido era un nido de corrupción [...], era una extensión de las organizaciones burguesas, y los militantes, en su mayoría, eran pequeños burgueses acomodados. (Sequén-Mónchez 2004, 264)

El mismo Flores señala que otra de las grandes decepciones que le llevaron a escribir sobre sus experiencias fue su paso por Cuba:

hubo algo que también me incitó a escribir: me refiero a esas presiones del gobierno cubano con la gente que quería estudiar carreras universitarias, para que en vez de eso, se involucraran en el proceso militar. La mayoría de esas personas están muertas, y muchos de ellos eran mis amigos. (Sequén-Mónchez 2004, 274)

A pesar de que a muchos no les gustaron las palabras de Flores —o no les parecieron responsables en un momento en el que las organizaciones guerrilleras aún se jugaban mucho—, la publicación de sus libros encontró apoyo entre un sector de la izquierda guatemalteca. Destaca aquella que se encontraba exiliada en México y que por no estar vinculada a ningún grupo disfrutaba de un mayor grado de libertad de expresión y encontraba necesario que esta situación se extendiera:

Lo fundamental de muchos de ellos es que, aún siendo de izquierda, no estaban ligados a ninguna organización. Esto les daba capacidad de ejercer criterio. Como se sabe, los grupos partidarios y político-militares eran tan estalinistas que no daban margen para el debate o la discusión. (Sequén-Mónchez 2004, 273)

Entonces llegó el momento de ruptura de Marco Antonio Flores con el PGT y el ataque frontal a los miembros del Comité de Base y su líder, José Luis Balcárcel Ordóñez. A él se refiere como «Barbitas» por el nombre que recibe en su novela, Los compañeros, y al que acusa de falta de solidaridad:

Renuncié al partido porque vi que este tenía los mismos vicios del encargado. Ese partido era un nido de corruptos y oportunistas de la pequeña burguesía, a quienes solo les interesaba viajar, tener una buena posición en la burocracia partidaria.

[...] Me enfrenté al Barbitas porque él no quería ayudar a ninguno de los comunistas guatemaltecos que estaban llegando a México bien jodidos; aquel exilio no encontró apoyo en ningún lado, ni siquiera entre sus supuestos pares, que no eran capaces de darles ni siquiera 20 pesos a pesar de que los veían llegar bien jodidos, con todo y mujer e hijos. Barbitas lo único que hacía era mandarlos al carajo, cuando se dignaba a recibirlos. Intenté hacer un comité de ayuda para los paisanos que seguían llegando con una mano delante y la otra detrás. Por supuesto, Barbitas me acusó de fraccionalista, de hacer trabajo paralelo. (Sequén-Mónchez 2004, 288)

Estas acusaciones no fueron las únicas ni, probablemente, las más graves. Cuando el enfrentamiento contra Balcárcel aumentó de intensidad, le acusó de quedarse con parte de los fondos que el PGT recibía de la Unión Soviética y de acosar a sus estudiantes de la UNAM.

Crítica a los movimientos guerrilleros de segunda generación

En el caso de las guerrillas de segunda generación, destaca el testimonio de Aura Marina Arriola, una militante histórica del EGP que describió a la organización de la siguiente manera:

Ricardo [el comandante], por su parte, nos reunió y me dijo que era mi deber entrar a la dirección y desde allí hacer las críticas. Yo me sentía tan acosada por el ambiente que encontré de gran sectarismo, verticalismo, centralismo, caudillismo, pasividad, militarismo, que no acepté, pensando que mis críticas desde adentro de la dirección iban a ser sofocadas. (Arriola 2000, 90)

En sus memorias, la autora nos habla de la voluntad de un grupo de militantes de fundar una nueva organización y la importancia que tenía para ellos no cometer los errores que habían sufrido en las ya existentes y que les llevaba a compararlas con dictaduras:

A mi regreso a Italia, en 1972, recibí la noticia de que el grupo crítico se había enfrentado a la dirección, habían salido del EGP, y querían que formáramos otra organización [que atendiera a] la necesidad de un profundo debate al interior de la organización, que se enraizara profundamente en las bases, en el impulso que viene desde abajo, desde las masas. Ello para evitar lo que es inherente a la creación de toda organización de vanguardia, que puede, en cualquier momento, convertirse en una

organización autoritaria que se coloca por encima de sus masas y pretende ser el espíritu santo dotado de la verdad absoluta, o sea degenera en una dictadura de una persona o de una camarilla [negrillas añadidas]. (Arriola 2000, 90-91)

Uno de los principales problemas que Aura Marina Arriola señalaba de su organización era la obsesión con la lucha militar y, por lo tanto, que no se considerara la posibilidad de otras vías, como la política. Según su propio análisis, a la altura de los años ochenta, esta última era ya la única posibilidad de triunfar. En la misma línea, el testimonio de Marco Antonio Flores, a quien ya hemos mencionado, critica la composición de las organizaciones de izquierda y su negativa a discutir diferentes posturas:

Esos estalinistas no fueron nunca revolucionarios, no lo fueron nunca. En América Latina desde los comandantes hasta los tenientes de la guerrilla, desde los secretarios generales hasta el encargado de cédula de los partidos supuestamente comunistas, solo han sido eso: estalinistas incapaces de sostener una discusión ideológica abierta con el resto de mortales. (Sequén-Mónchez 2004, 293)

Otro de los temas centrales sujeto de crítica fue la corrupción. Según parece, algunos consideraban que, puesto que ayudaban a conseguir la financiación que permitía la actividad de las organizaciones ―normalmente como consecuencia de secuestros y extorsiones― y dedicaban su vida a una causa de tiempo completo que no les permitía obtener ingresos de otra forma, se habían ganado el derecho a quedarse con una parte. Flores describe así la cuestión de la corrupción:

Todas las organizaciones fueron corruptas. No hay una sola que no haya sido corrupta en la lucha armada. El caso de la que supuestamente se habla en la novela fue algo terrible. Se gastaron un millón de dólares en parranda, un millón de dólares de un seconal ―el pago de rescate por un secuestro―. [...] Se mantenían en las casas de putas [...] se mantenían en las cantinas todo el tiempo. (Sequén-Mónchez 2004, 332)

A la larga, la cuestión de la gestión de recursos económicos dentro de la propia guerrilla acabó siendo una semilla de la discordia que produjo intensas luchas y divisiones entre los propios miembros de organizaciones como el PGT.

Referencias

Arriola, Aura Marina. 2000. Ese obstinado sobrevivir: Autoetnografía de una mujer guatemalteca. Guatemala: Ediciones del Pensativo. 

Sequén-Mónchez, Alexander. 2004. Contrapoder: Decir y hacer en Marco Antonio Flores [entrevistas 1964-2004]. Guatemala: Editorial Oscar de León Palacios.

Este contenido ha sido creado con fines didácticos para profesores y estudiantes.

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    1 La Guatemala de los sesenta
    2 El fortalecimiento de las fuerzas de seguridad
    3 El proceso de radicalización de la Iglesia
    4 La primera generación de guerrillas
    5 La contrainsurgencia
    6 Las voces críticas entre los revolucionarios
    7 El terremoto de 1976
    8 La reorganización de las guerrillas y de los movimientos de masas
    9 La matanza de Panzós
    10 Los actores internacionales: entre el miedo y el optimismo
    11 La violencia en el gobierno de Lucas García
    12 El incendio de la Embajada de España
    13 Las guerrillas de segunda generación
    14 Los movimientos campesinos y el indigenismo
    15 Los indígenas y la revolución
    16 La guerra popular revolucionaria
    17 El golpe de Estado a Lucas García
    18 La cofradía
    19 La nueva estrategia de Ríos Montt
    20 El segundo fracaso revolucionario
    21 La Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca
    22 Llega la democracia
    23 Las amenazas a la democracia
    24 El largo camino a la paz
    25 El serranazo
    26 El fin del enfrentamiento armado interno

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