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Lecciones y guías didácticas

El proceso de radicalización de la Iglesia

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Contenido

«Yo no tengo otra cosa que predicar que el cristianismo y el marxismo, que para mí son la misma cosa».

Ernesto Carderal, sacerdote nicaragüense

Como en tantos otros momentos de la historia, la Iglesia católica acabó convirtiéndose durante el siglo XX en un actor político con gran influencia en el desarrollo de los acontecimientos. Por un lado, los papas marcaron —en la medida de sus posibilidades— fuertes tendencias e influyeron en el inicial conservadurismo de la Iglesia y su posterior apertura. Por otro, gran parte de la transformación que el catolicismo vive en el contexto de la Guerra Fría, especialmente en Latinoamérica, tuvo más que ver con corrientes que surgían fuera de Roma y que, en todo caso, encontraban un mayor o menor nivel de aceptación y apoyo institucional en función del pontífice. En este momento, el nacimiento de la teología de la liberación es el elemento clave que influye en que miembros de la Iglesia participen en el enfrentamiento armado interno, a través del desarrollo de un discurso teórico, de la incitación a la lucha armada y de su justificación en términos cristiano-marxistas.

Pío XII y «la Iglesia del silencio»

Pío XII, papa de Roma entre 1939 y 1958, se convirtió en pontífice poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Desde su rol de líder de la Iglesia, en el que además creía firmemente, tendió a centralizar el poder en su persona, reduciendo el papel de aquellos que le rodeaban y que durante pontificados previos habían servido de contrapeso. Eso hizo que su impronta fundamentalmente conservadora y anticomunista permeara de arriba a abajo y se impusiera ante la aparición de nuevas ideas que él consideraba peligrosas. Esta tendencia quedó especialmente clara cuando el 28 de junio de 1949 publicó el Decreto del Santo Oficio, documento con el que excluía de la Iglesia a aquellos que, conscientes de lo que hacían, apoyaban y participaban en partidos de tendencia comunista o leían acerca de sus temas.

Juan XXIII, «el papa bueno»

Paralelamente, en la misma época, surgía en varios círculos eclesiásticos el impulso de destacar la necesidad de hacer reformas dentro de la Iglesia y de permitir un cierto grado de innovación dentro de la misma. Hubo que esperar a la muerte de Pío XII y la llegada de Juan XXIII un papa opuesto al anterior en muchos aspectos para que las ideas de renovación encontraran su espacio. Nada más ocupar su posición, Juan XXIII tomó decisiones que marcaron clara distancia con su predecesor: 

  • restablece las reuniones con los altos cargos de la curia;
  • recupera el cargo de secretario de Estado, que había permanecido vacío durante 14 años;
  • y nombra a nuevos cardenales no europeos. 
 

Pero lo más importante fue, sin duda, la convocatoria de un concilio ecuménico con el objetivo de que, por medio del mismo, Dios dirigiera a la Iglesia en la introducción de una serie de reformas que redundaran en el bien de toda la humanidad. El Concilio Vaticano II comenzaría en el año 1962 como la reunión que reconciliaría al cristianismo con la compleja realidad del mundo moderno. Fue Josef Ratzinger quien, a petición del arzobispo de Colonia, redactó uno de los más importantes discursos que se escribieron para determinar el sentido del concilio: 

La experiencia negativa de las dos guerras mundiales introdujo en los pueblos no cristianos una profunda desconfianza hacia la civilización cristiana occidental. Esto conduce a un mayor respeto por la herencia espiritual de cada pueblo y ofrece a la Iglesia ulteriores posibilidades para su universalismo [...] A pesar de todo, hoy el hombre se siente solo y necesita que se le enseñe de nuevo a entender «el lenguaje de su soledad». En esta formidable tarea, la Iglesia debe guiar al ser humano hacia este redescubrimiento, poniendo al día algunas de sus formas y haciéndose más sobria en el fondo y en la forma. (Capovilla y Roncalli 2013, 92)

Sin duda, una de las preocupaciones de la Iglesia era la amenaza que suponían las ideologías en tanto en cuanto tendían a sustituir a las religiones como sistemas de creencias que también proveían de una brújula moral con la que interpretar el mundo y actuar en él. Es esta realidad la que lleva a algunos teólogos —por ejemplo, el propio Ratzinger— a considerar que es importante acercarse al mundo material para poder dar mejores respuestas a las inquietudes del hombre. Esta nueva tendencia dentro de la Iglesia se materializa en el caso de África y América Latina en un acercamiento al materialismo histórico.

Uno de los aspectos que evidencia el Concilio Vaticano II es la existencia de dos bandos:

  • uno progresista, formado por aquellos que aspiraban a una descentralización que permitiera que cada vez más decisiones fuesen tomadas desde abajo; 
  • y uno tradicionalista, que se oponía e insistía en la importancia del mantenimiento de la figura del papa como una autoridad máxima e infalible.

Es en este contexto en el que surge la que luego será denominada «Iglesia de los pobres» y la teología de la liberación. Pero ¿en qué consiste esa nueva forma teológica? La teología de la liberación es un intento, con gran éxito en los países iberoamericanos, de hacer coincidir esta nueva forma de cristianismo que nace en el siglo XX con la teoría marxista. La forma en la que lo logra es asimilando gran parte del léxico y la dialéctica proveniente del marxismo —por ejemplo, adoptando discursos con respecto a la opresión y la explotación—, así como sus herramientas de análisis de la realidad para tratar de explicar la situación del subcontinente americano.

Especialmente claro con respecto a esta relación entre cristianismo y marxismo fue el sacerdote nicaragüense Ernesto Carderal cuando fue entrevistado en 2012 por Borja Hermosa para el periódico El País. Cardenal, quien además de un acérrimo defensor de la teología de la liberación fue ministro de Cultura de su país, entre 1979 y 1987 en el gobierno sandinista, responde lo siguiente cuando es preguntado acerca de qué le diría a todos aquellos que lo pasan mal para darles esperanza:

Pues yo le diría lo que se ha dicho desde hace tiempo: el Evangelio, el anuncio del reino de Dios, del reino de los cielos en la tierra. Y recordar de nuevo lo que anunció el marxismo: una sociedad nueva, justa y sin clases. La sociedad comunista perfecta… que viene a ser lo mismo que el reino de Dios en la tierra. Yo no tengo otra cosa que predicar que el cristianismo y el marxismo, que para mí son la misma cosa.

Pablo VI y la teología de la liberación

Estas ideas radicales que han nacido en la Iglesia son adoptadas e impulsadas por el siguiente papa, Pablo VI, quien ocupa el cargo desde 1963 hasta 1978. Uno de sus escritos más importantes y en el que se constata de forma clara esta postura es la encíclica Populorum progressio (1967), en la que se pronuncia de temas tan importantes como la propiedad privada:

Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario. En una palabra: «el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos». Si se llegase al conflicto «entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales», toca a los poderes públicos «procurar una solución con la activa participación de las personas y de los grupos sociales».

La influencia de las palabras anteriores se vieron reflejadas en las conclusiones de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano —CELAM II—, que tuvo lugar en Medellín en 1968 y que afirmó lo siguiente:

Así como otrora Israel, el primer Pueblo, experimentaba la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de la opresión de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas. Menos humanas: las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener y del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz.

Es en esta misma conferencia donde, a través de ese nuevo cristianismo-marxismo, se presenta a Dios como el salvador del hombre no solo en sentido espiritual y trascendental, sino también terrenal:

Es el mismo Dios quien, en la plenitud de los tiempos, envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a que los tiene sujetos el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano.

Esta nueva forma de salvación, que también es económica, política y social, llevó necesariamente a la formulación de algunas preguntas —¿cuál es la causa de la pobreza?, ¿qué podemos hacer frente a la opresión?, etc.— que, junto a sus respuestas en clave de interpretación marxista, fueron centrales para la teología de la liberación. Es así como la Iglesia católica se convierte en una cantera de revolucionarios y colaboradores de la guerrilla.

Hubo que esperar hasta los años 80 para que la continua violencia protagonizada y enaltecida por miembros radicales provenientes de la Iglesia fuera contrarrestada con un documento que ponía distancia con esa lucha. Se materializó el 6 de agosto de 1984 en el Libertatis nuntius: Instrucción sobre algunos aspectos de la «teología de la liberación», emitido en Roma por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que hace afirmaciones tan claras como las siguientes:

  • «No se puede tampoco localizar el mal principal y únicamente en las “estructuras” económicas, sociales o políticas malas, como si todos los otros males se derivasen, como de su causa, de estas estructuras, de suerte que la creación de un “hombre nuevo” dependiera de la instauración de estructuras económicas y sociopolíticas diferentes».
  • «Cuando se pone como primer imperativo la revolución radical de las relaciones sociales y se cuestiona, a partir de aquí, la búsqueda de la perfección personal, se entra en el camino de la negación del sentido de la persona y de su trascendencia, y se arruina la ética y su fundamento que es el carácter absoluto de la distinción entre el bien y el mal».
La Iglesia católica en Guatemala

Entre 1939 y 1964, el arzobispo de Guatemala fue Mariano Rossell y Arellano, un sacerdote nombrado por el papa Pío XII y afín a sus enseñanzas y formas. La Iglesia católica que recibe es una institución debilitada por los ataques recibidos en la época de la Reforma Liberal, pero, aprovechando el agotamiento de esta, Rossell pone su foco en tratar de recuperar ciertos privilegios.

Durante los años de la Primavera Democrática se erige como estandarte del anticomunismo y durante el gobierno de Castillo Armas y sus sucesores se convierte en un gran aliado del Estado en la lucha contra la izquierda. Sin embargo, esta fuerte presencia centralizadora del arzobispo se diluyó con la llegada de obispos extranjeros, que prestaron atención a asuntos sociales que habían quedado desatendidos y que descentralizaron la Iglesia y abrieron el camino para muchos más clérigos extranjeros. A la altura de 1966, la situación había cambiado radicalmente:

  • de 531, 472 sacerdotes eran extranjeros;
  • de 805, 705 monjas eran extranjeras;
  • los 96 monjes que había eran extranjeros. 

Este cambio radical fue el comienzo de la renovación de la Iglesia católica en Guatemala, a donde fueron llegando órdenes con tendencia progresista, como los jesuitas y los maryknoll, que fueron ocupando espacios no solo en el área urbana, sino también en las regiones mayoritariamente indígenas. La nueva tendencia también iba en consonancia con el nuevo papa, Juan XXIII, que desde el inicio de su pontificado había animado a las órdenes religiosas estadounidenses a enviar a algunos de sus miembros a diferentes países latinoamericanos.

En 1964 se dio un nuevo paso que distribuía el poder de la Iglesia católica guatemalteca entre los obispos en detrimento del papel del arzobispo: la creación de la Conferencia Episcopal de Guatemala. En este organismo, a pesar de que el arzobispo era el que presidía, cada obispo tenía un voto.

La nueva Iglesia guatemalteca se enfocaba mucho más en los aspectos sociales y, a través de estructuras como las Comunidades Eclesiales de Base, comenzó a hacer un trabajo de concienciación y difusión de las ideas de la teología de la liberación. Este nuevo enfoque, del que formaban también parte los jesuitas con sus programas basados en la doctrina social de la Iglesia, llamó la atención de Estados Unidos, que quiso equilibrar la balanza creando programas de donaciones para la Iglesia, con el objetivo de servirse de ella para sus propios fines. Desarrollando las áreas marginales y mejorando las condiciones de la Guatemala rural, pretendían impedir que las ideas comunistas permearan.

Referencias

Adams, Richard N. 1970. Crucifixion by Power: Essays on Guatemalan National Social Structure, 1944-1966. Austin: University of Texas Press.

Bollat, Silvia. 2015. La juventud guerrillera: Guatemala, 1960-1980. Guatemala: Editorial Episteme.

Capovilla, Loris Francesco, y Marco Roncalli.  2013. «Primera sesión y muerte de Juan XXIII». En Un concilio entre primaveras: De Juan XXIII a Francisco, editado por José Manuel Vidal y Jesús Bastante. España: Herder.

Calder, Bruce Johnson. 1970. Crecimiento y cambio de la Iglesia católica guatemalteca, 1944-1966. Guatemala: Editorial José de Pineda Ibarra.

Ibarra Chávez, Héctor Ángel. 2016. En busca del reino de Dios: La teología de la liberación durante la Revolución salvadoreña. El Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.

Pérez de Antón, Francisco. 1988. «El gato en la sacristía». Revista Crónica 1 (42).

Raguer, Hilari. 2013. «Convocatoria y prehistoria del Concilio». En Un Concilio entre primaveras: De Juan XXIII a Francisco, editado por José Manuel Vidal y Jesús Bastante. España: Herder.

Sobrino, Jon. 2008. Jesucristo liberador: Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret. El Salvador: UCA Editores.

Zaid, Gabriel. 2011. De los libros al poder. México: Random House Mondadori.

Este contenido ha sido creado con fines didácticos para profesores y estudiantes.

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    1 La Guatemala de los sesenta
    2 El fortalecimiento de las fuerzas de seguridad
    3 El proceso de radicalización de la Iglesia
    4 La primera generación de guerrillas
    5 La contrainsurgencia
    6 Las voces críticas entre los revolucionarios
    7 El terremoto de 1976
    8 La reorganización de las guerrillas y de los movimientos de masas
    9 La matanza de Panzós
    10 Los actores internacionales: entre el miedo y el optimismo
    11 La violencia en el gobierno de Lucas García
    12 El incendio de la Embajada de España
    13 Las guerrillas de segunda generación
    14 Los movimientos campesinos y el indigenismo
    15 Los indígenas y la revolución
    16 La guerra popular revolucionaria
    17 El golpe de Estado a Lucas García
    18 La cofradía
    19 La nueva estrategia de Ríos Montt
    20 El segundo fracaso revolucionario
    21 La Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca
    22 Llega la democracia
    23 Las amenazas a la democracia
    24 El largo camino a la paz
    25 El serranazo
    26 El fin del enfrentamiento armado interno

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